jueves, 27 de agosto de 2009

la libélula


Lentos días de agosto, ya casi atrapados por la cola, a punto de esfumarse una vez más como si nada, dejándonos un sabor a extrañas frutas entre los labios.



Me llevabas a descubrir un oasis, en sueños. "Míralo" -decías- allí está". Y estaba allí, a medio camino entre el azul del cielo y el azul del mar.



Cascadas de palmeras deshechas en la boca, como un penacho de luces sobre el cielo nocturno, hermoso y fugaz a un tiempo.



Libélula naranja posada en mi jardín. Si la piensas un momento puedes ser tú la flor, el cactus, la libélula.

martes, 25 de agosto de 2009

El otro Verlaine

Todo libro esconde tras de sí varias historias: de un lado, el relato mismo, los acontecimientos que se tejen y entrelazan a cada paso; del otro, los motivos que animaron su escritura y la relación de cómo ésta fue ganando terreno a la página en blanco. L'autre Verlaine es la historia de una renuncia que, con el tiempo, acaba convirtiéndose en una insospechada querencia. Y ese largo camino entre el desprecio y la sorpresa, entre el desencanto y la obsesión es el descrito por Guy Goffette en su cuaderno: una infancia marcada por el ingreso en su mismo colegio de un joven estudiante de nombre Verlaine cuya destreza -más hábil en los juegos, más seductor y atractivo- recibe todos los elogios y miradas. Y el rechazo, a partir de entonces, hacia todo lo que evoque aquel nombre. Sólo el tropiezo azaroso y simpático con un libro de Paul Verlaine, muchos años después, despierta en el autor una inusitada curiosidad por los escritos de un poeta cuyo nombre su memoria ha preferido confinar al olvido. (Las razones que nos llevan a despreciar a un autor reconocido por la tradición literaria suelen ser caprichosas y, a menudo, alentadas por algún desencuentro acaecido en la primera adolescencia.) L'autre Verlaine reconstruye, entonces, el camino emprendido por Guy Goffette en la comprensión del autor de los poemas saturninos y las fiestas galantes: visita los lugares por los que aquél anduvo, frecuenta las mismas calles y cafés parisinos, contempla los mismos celajes que pastoreaba la mirada del poeta perdida en el horizonte fronterizo y declinante de los bosques belgas; se deja seducir, en fin, por la “ópera fabulosa” de la Naturaleza y el dulce verdor "sobre el que la luz se derrama" siguiendo sus pasos hasta llegar a convertirse, él mismo, en un auténtico passeur d’Ardennes. La sed de reconciliación con el autor de los Romances sans paroles et les Fêtes galantes transmite un entusiasmo contagioso del que no podemos permanecer ajenos. En efecto, el relato de Guy Goffette ha conseguido despertar en quien escribe estas líneas un curioso apetito de releer los escritos de Verlaine -en otro tiempo visitados con frecuencia-, pues vuelven a golpear mi cabeza con su canción monótona de otoño y una cadencia musical que, por otra parte, nunca me ha sido del todo ajena. Se impone sobre mi escritorio la idea, obstinada y decadente, de husmear una vez más entre esos textos y dejarse arrastrar por la dulce obsesión cuando ésta llama a la puerta.

Guy Goffette, L'autre Verlaine, Gallimard, 2008.




lunes, 3 de agosto de 2009

M'illumino d'immenso





Recibo la llamada de un amigo para decirme que, tal día como hoy, hace dieciséis años, vimos amanecer juntos desde la cumbre más alta de Tenerife. Caigo en la cuenta del tiempo transcurrido desde entonces, y cierro los ojos unos instantes para evocar en la memoria algunas imágenes de aquel día.

Imagen 1ª: Una fuga de cigarras violáceas surgiendo por entre los celajes.

Imagen 2ª: Un oasis de destellos naranja prisionero de su envolvente claridad.

Imagen 3ª: Un ejército de corales algodón, y la sombra de la montaña, contra el cielo, proyectada sobre el paisaje como una inmensa pirámide sostenida en el aire.

Imagen 4ª: Formas triangulares, ascendentes, dibujadas por el pintor José Luis Medina Mesa.

Unos versos del poeta Giuseppe Ungaretti murmurando en mis oídos no sé qué cosas de una hermosa mañana: "m'illumino d'immenso".