domingo, 12 de diciembre de 2010

Elogio de la letra pequeña


Guardaba para ti, letra pequeña, mi elogio de medianoche. Mi saludo de hoy. Mi toque de cornetín. Mi arrorró más tierno.

Sólo para ti, letra pequeña, es este elogio pronunciado en voz baja; para tu andar descalzo sobre todos los papeles, para tu dulce caminar de cenicienta encantada y escurridiza que embruja la mirada de quien te lee. Sólo para ti, letra infinitesimal y peleona, mi saludo sin condiciones.

Guardaba para ti, letra pequeñita, mi más hermoso canto, mi elogio más dulce, mi cola de conejo de la suerte. Para la gracia de tu sorondongo; para la gracia de tu tajaraste con golpe de gracia.

Para ti, letra pequeña, daga del desdichado, hormigueante danza remolona, espejo en el que se miran economistas, duques altisonantes, juristas grandilocuentes y señores de barba enjuta.

domingo, 24 de octubre de 2010

Jacques Hérold en Marsella (y II)



Jacques Hérold, figura en contradicción dialéctica: entre el dinamismo y la detención, entre la inmediatez inapresable y la fría dulzura de la inmovilidad, su pintura.

Figuras heráldicas de Jacques Hérold: cristalizaciones, derrames arsénicos, emanaciones fosforescentes, grutas de deseo.



Jacques Hérold, dios menor del Surrealismo.

Ojos colosales que ven más de lo que ven los ojos. Figuras de seres mitológicos, figuras cósmicas, apariciones.

Jacques Hérold, he venido para beber de la savia de tus arterias vegetales, para bailar en la casa de cristal, para tallar tu nombre sobre cientos de cabezas inverosímiles pero ciertas al alba.



Sus dibujos, hasta ahora buena parte de ellos desconocidos, guardados durante años por su hija Delphine en cajas y armarios silenciosos. Muebles que escondían en su vientre, casi sin saberlo, la maravilla heráldica del lector de las águilas; protegían al inquilino de la casa de cristal.

Cavidades donde aguarda el germen de la noche. Piel de un mundo construido por filamentos de naufragios, moluscos innombrables, noches polares.

Jacques Hérold explora el cuerpo fragmentado, desgarrado y despellejado para revelar los compartimentos más secretos. Todo se resuelve en vísceras y elementos carnosos con apariencia de vasos y glándulas; masas informes que confirman el desgarro de las figuras, cristalizaciones que subrayan la petrificación de los músculos de toda materia.

La densidad del espacio, la densidad del tiempo, la densidad de la memoria.

El tiempo pausado en el carácter; el pulso nervioso en la mano que dibuja.



En estos términos describía Jacques Hérold su versión escultórica del hombre futuro: «El sol, la luna, en la cabeza una perspectiva de cristales, una mano ardiendo, la otra sosteniendo una plomada al revés, signo de la anti-gravitación, el vientre hueco, con un espejo en el que se ve todo pequeño y al revés, y junto a él su alimento: los dos hemisferios como huevos en un plato». Le grand transparent , escultura realizada por Jacques Hérold en 1947 es una pieza clave dentro de la trayectoria del artista de origen rumano. Su presencia resulta cuanto menos enigmática al observador, no sólo por la fijeza y el acabado anguloso y frígido; también por la cosificación del personaje, su identidad oculta y su inexpresividad; también, en fin, por su insobornable distanciamiento. La figura de El Gran Transparente, abre el camino hacia una nueva mitología.



La obsesión por adentrarse en la interioridad de personajes y cosas lleva a Jacques Hérold a la búsqueda de seres transparentes, tan delicados como traslúcidos, sostenidos o visibles mediante tan sólo un haz de líneas. Después de arrancarles la piel surge de ellos una estructura íntima, una suerte de trazado vital que al tiempo que une disocia, dado que bajo cualquier conexión existe siempre un intervalo, una fisura o una distancia. ¿Qué buscaba con esa práctica quirúrgica, con ese despreciar lo visible y querer dar luz a lo no-visible?

Jacques Hérold subraya: «Quise que mi pintura fuera la invasión del cuerpo por una sustancia sólida y a la vez líquida, cristalina, luminosa, extrañamente sutil, el oro potable, el elixir de los alquimistas» .



Llega el momento de las cristalizaciones, cuando los músculos se contraen y tensan de tal modo que devienen piedras. La inmovilidad, cual mirada de Medusa, se extiende por todo el cuerpo. La petrificación es ahora total. Surgen las formas angulosas de los prismas y los poliedros. Los personajes, como El gran transparente, están solos y mudos; no pueden ya ofrecer resistencia. El frío se adueña de ellos.



...................................

Imágenes:
1. Jacques Hérold en 1941.
2. Le jour, la nuit, Marsella, 1942.
3. Crystal amoureux, 1934.
4. Vista de la exposición Jacques Hérold et le surréalisme (1910-1987).
5. Le grand transparent, 1947.
6. Delphine Hérold oculta tras Le grand transparent en la inauguración de la muestra.
7. L'air s'adoucit, 1957.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Jacques Hérold en Marsella (I)




Hoy se inaugura una importante muestra sobre la obra del pintor Jacques Hérold. Una noticia sin precedentes para los que seguimos de cerca los movimientos del Surrealismo; sin precedentes, digo, porque ha hecho falta demasiado tiempo para que alguno de centros incluidos en la RMN de Francia cayera en la cuenta del inexplicable olvido y preparase una retrospectiva de sus años de creación más intensos -sus "cristalizaciones", sus "cabezas", sus pinceles imitando el movimiento de "La lectrice de l'aigle".
No es azaroso el hecho de que sea esta ciudad, y no otra, la que haya tomado la iniciativa, rescatando uno de los pintores surrealistas de mayor interés (al menos para el que estas breves notas escribe). Jacques Hérold fue uno de los artistas que estuvo en Marsella, entre 1940 y 1941, con la idea de embarcar hacia el exilio americano. La villa marsellesa de Air-Bel, sede del “Comité Americano de Ayuda a los Intelectuales” dirigido por Varian Fry, y albergue de acogida de André Breton y los suyos, fue el lugar de reunión de muchos artistas y escritores –Victor Brauner, Óscar Domínguez, Max Ernst, Jacques Hérold, Wifredo Lam, André Massons, Benjamin Péret, René Char, entre otros– en espera de obtener el permiso para abandonar el territorio francés. En ese tiempo angustioso y detenido de la espera, los surrealistas allí reunidos confían el paso de las horas al entretenimiento del juego colectivo: de entre los muchos ejemplos de dibujos y juegos colectivos que aún se conservan, el más célebre por su importancia es el Juego de Marsella, tal y como lo denominara Breton en un texto publicado poco después en la revista VVV con ocasión de su muestra en el Museum of Modern Art de New York. Se trata de un juego de cartas surrealista que habría de jubilar sus emblemas habituales –los corazones, rombos, picos y tréboles– para sustituirlos por el ideario mismo del Movimiento Surrealista: el Amor, el Sueño, la Revolución y el Conocimiento. Jacques Hérold relata aquella escena:

Lo echamos a suerte. Los nombres se habían puesto en un sombrero, y cada uno tomó dos papeles. Cuando pienso en ello, caigo en la cuenta de que hubo una especie de predestinación. Así, Brauner, cuyo mundo es el de los médiums, sacó a Hegel y Helene Smith; Breton sacó a Paracelso y dibujó la cerradura del Conocimiento, ¿no es curioso? El Sueño se lo repartieron Domínguez y Lam. Max Ernst se encargó de Pancho Villa y del as del Amor. A mí me tocó Sade y Lamiel, la Rueda de la Revolución la dibujó Jacqueline Lamba; en cuanto a Masson, hizo la Religiosa Portuguesa y Novalis.



.................................................................................
Imagen: Fachada del Museo Cantini de Marsella con el cartel anunciador de la muestra Jacques Hérold et le surréalisme. Imagen tomada esta misma tarde, a eso de las 19:00.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Fortuna délfica de Juana Fortuny




Recientemente se ha clausurado la exposición de Juana: la loca trenza de dragón agitando sus escamas arcoiris sobre las espaldas del sol, la casajardín ocupando todo el espacio de la mirada, hasta donde la mirada alcanza.

Cometa suicida, mi cabeza, sobrevolando con el pensamiento los enjambres de color de Juana. La Fortuna de encontrarse por un instante allá arriba, a lomos del sol, y seguir con la mirada el camino trazado por la tortuga.

Asómate al ojo multiforme del pájaro feliz, cruce de transparencias encontradas, como el pico de una isla entrevista a lo lejos.

Al pasear por La Laguna suelo tropezarme con Juana Fortuny. Al doblar una esquina, al atravesar un paso de cebra, siempre aparece con su gesto sonriente recién planchado, la comisura de sus labios en posición de arcoiris invertido, con una carga de risa explosiva en sus manos, a punto de hacerla estallar en cualquier acera, en cualquier esquina, cualquier plaza.

¿Quién es la misteriosa muchacha que mira hacia arriba, de espaldas, en la fotografía?

La máquina de coser de Juana Fortuny, poseída por un estado de gracia perpetua. La máquina de coser de Juana, última generación, va recorriendo distancias entre aquí y allá, uniendo lo que estaba roto y fragmentado, acortando distancias, ensemblando con el tiquititac de su instrumento cientos de retales de color, como si se tratase de una alfombra mágica con la que cubrir nuevos horizontes.



Las máquinas de visión de Juana Fortuny: asómate a un mirafondo para ver lo que callan las cosas cuando callan; mira dentro de un mirofondo de Juana Fortuny. Verás.

Al salir de la casa, contemplo un mundo hecho de retazos. Camelias de luz acariciando la maravilla.

Decir calladamente el soneto "Muérome por llamar Juanilla a Juana", de las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos.

El infinito empieza en los colores de Juana Fortuny y escoge caminos diferentes hasta confundirse en su aeromancia.

Pliegues, tejidos, tegumentos, hebras de infinito sujetan las cometas que Juana Fortuny echa a volar todas las mañanas desde su ventana.

Sobre la exposición El camino de la tortuga, de Juana Fortuny, Ateneo de la Laguna, Tenerife, 2010.

martes, 21 de septiembre de 2010

Algo más sobre Coleccionismo




El coleccionista es un obseso que no descansa hasta saciar la sed que nutre su fantasía.

Sin obsesión no puede haber coleccionismo.

El coleccionista es incapaz de explicar de dónde procede el flujo de su obsesión; cuál es el motivo de semejante deseo.

Incapaz de definir el porqué que lo alimenta.

La fiebre del coleccionista, siempre dispuesta a brotar con nuevo impulso, inexorablemente, como una herida abierta.

El coleccionista de máquinas lomo, emilianas, colocadas una sobre la otra, desarmadas y apiladas en montoncitos, como en un cementerio de viejos elefantes.

El coleccionista es, a su manera, un corredor de fondo, un trapecista, un antólogo, un obseso.

Loco por decirle a la mujer que ama: "coleccióname, por favor".

Coleccionar es el acto de posesión por excelencia, de posesión en serie.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Algunas notas sobre lo mismo




La insensatez de llevar estas torpes notas de diario, escritas para quién.

El sentido de toda escritura no tiene sentido en sí mismo. Siempre permanece un tanto más allá, a tientas con el misterio.

Lo mismo que si quisiéramos retener fragmentos de tiempo, instantáneas, contemplando viejas fotos inconexas, sólo breves vestigios de lo que ya no es; así estas cuartillas y papeles mojados.

Escribir, para quién. Dar voces contra un muro. Lanzar una botella con un mensaje escrito sobre papel pergamino.

La poesía, siempre escurridiza entre nuestras manos, acaso para recordarnos que seguimos en la brecha, en esta inútil tentativa por robar a los días algo de claridad.

Nunca se sabe muy bien lo que el poeta trae entre manos hasta que se le conoce de cerca. Mas, casi nunca es posible acercarse al poeta, porque dicen que anda con el pensamiento en otra parte. De ahí su apariencia de desaliño y habitual despiste (recuerda que se lo reprochan los hombres cuerdos).

No sé muy bien qué demonios pasa, pero todo lo que escribimos tiene el mismo olor y nos recuerda a algo, tanto como si estas notas hubiesen sido trazadas en otra parte, mucho antes de que fueran escritas. Quizás porque desde el momento en que tenemos conciencia no es posible desquitarse uno mismo de sus cosas y mirar hacia otro lado que no sea hacia esta parte del cauce, aquí mismo.

Sobre la mesa de quien escribe o quien subraya entre líneas con un simple lápiz: libros, diccionarios, un reloj de bolsillo, una servilleta de papel con puntitos de colores.

Lector, no sigas a pie juntillas lo que digo o escribo. No me tomes en serio. Aunque piense lo que digo y deletree con cautela lo que escribo, todo esto no es más que una farsa, una mala comedia sin final, un divertido y estúpido sainete. Así estas notas de diario, breves fragmentos que a nada ni a nadie riden cuentas. Deja que se humedezca el papel y la tinta se corra sobre las hojas escritas. Hoy también llueve sobre mojado.

viernes, 30 de julio de 2010

Sobre el dibujo de Julio Blancas, el bárbaro (y II)




Cabello y río enlutados, piel como metal bruñido, pozo y noche lorquianas, deslizantes y heladas; el silencio de un severo tizón, la suave soledad de un azabache, la factura perfecta de una duna de arenas negras en una playa de arenas negras.

He visto a Julio Blancas dibujar cráneos de tortugas ciegas, cráneos de mastodontes, de leones marinos, de jirafas. Y lo he visto tomar cráneos en sus manos, con pose reflexiva, a la manera de un anacoreta en su estudio.

Cráneos humanos y cráneos de animales salidos de no se sabe qué bestiario jurásico. Meditación sobre la vanitas. Julio Blancas: Jorick del siglo XXI.

Equilibrio tenaz del gesto último: las cuencas vacías de los ojos, el orificio nasal, las mandíbulas. El lugar vacío. La plaza sin nadie.


Cráneo: apenas una concha hueca y huera, despojada de sí. Vacío escondrijo olvidado por el alma. Lo que queda cuando todo falta.

Dibujos que abren una ventana a la profunidad del movimiento, cual ondulaciones del carbono azul que alimenta el flujo de las mareas.

Invítanos, Blancas, a buscar en tu dibujo el tercer cuerno de la jirafa.

Todo el mundo sabe que Blancas vive con un felino. Él mismo ha relatado cómo en ocasiones es el gato quien dibuja por él, a golpe de zarpazos, y le dicta al oído la dirección que deberá tomar el enérgico lápiz sobre la piedra, sobre el metal, sobre la madera o el papel. Gato amigo, pero felino. Fuerza y vigor, templanza y fijeza se reconcilian en la mirada del animal, en el gesto del bárbaro.

La curiosidad de Leonardo por las formas interiores de los órganos, las órbitas, las cavidades del cráneo. Los sedimentos de la caja craneana; el contacto de capas y fluidos que nos transporta hacia el interior; el Quaderni d’anatomia y su conocido relato de la cebolla: "Si cortas una cebolla por el medio -subraya–, podrás ver y contar todas las túnicas o capas que forman círculos concéntricos a su alrededor. Del mismo modo, si seccionas una cabeza humana por el medio, cortarás primero la cabellera, luego la epidermis, la carne muscular y el epicráneo, después el cráneo con, por dentro, la duramadre y la piamadre y el cerebro, por fin de nuevo, la piamadre y la duramadre, la rete mirabile así como el hueso que le sirve de base".

En una mano, un cráneo dibujado por Julio Blancas. En la otra, una postal con la imagen de San Jerónimo.



Lección de permanencia, la del músico que dedica ocho horas al día al estudio de su instrumento.

¿De qué depende la flotabilidad de un objeto? ¿Y la de un cuerpo? ¿De qué depende la flotabilidad de una cebolla? ¿Y la de un piano? ¿De qué depende la flotabilidad de la obra de un artista?

De la viscosidad de cien ríos basálticos, de cien coladas gordianas. Del decir de la morfología del cráneo: órbitas, pasadizos, tegumentos; planos, crestas, pedúnculos cerebelosos; fosas, bulbos, abismos sin peso, cavidades.

Háblame del manual de instrucciones para cruzar el puente de Valorio sin llegar a perder del todo la cabeza. Háblame de la tinta ennegrecida como el agua del charquito de la casona.

Ah, espacio vacío; gruta impenetrable. Cavidad de los dioses, rosa de la imaginación, cáliz del deseo. Caja craneana: desata tus bienes, tus dádivas, háblanos de ti, cráneo de Pandora.

Al cruzar por entre las estanterías de la biblioteca, un libro en caída libre se precipita desde los anaqueles más altos, quedando abierto por un página cualquiera. Entonces leo: "[...] quité la primera capa, luego la siguiente y así sucesivamente hasta que me di cuenta de que iba a quitar todo y que ya no quedaría cebolla alguna, ya que una cebolla sólo está hecha de envolturas sucesivas que finalmente no envuelven nada en absoluto. Eso no impide que una cebolla sea algo existente. Pero el hecho de pelarla no conduce a nada. Por lo demás, puede decirse de todas las cosas que, en general, no están allí donde se las busca. El arte tampoco está donde se le busca, sino ahí cerca, debajo de vuestras narices".

[J.Bubuffet, Prospectus et tous écrits suivants, II, París, Gallimard, 1967.]



PICASSO.- ¡Me gusta el murciélago! Las mujeres le tienen horror… Piensan que se les puede enganchar en el pelo. Pero posiblemente es el animal más bello, de una finura extraordinaria… ¿Se ha fijado usted en sus ojillos brillantes, chispeantes de inteligencia, y en su piel sedosa como el terciopelo? Fíjese en todos esos huesecillos tan delicados.
YO.- ¡Estaba seguro de que a usted le gustaban los esqueletos! Yo los he estudiado; me he divertido desmontándolos, ensamblándolos… Nada mejor para comprender al genio de la creación que reconstruir un esqueleto.
PICASSO.- Tengo verdadera pasión por los huesos. Tenía muchos en Goisgeloup: esqueletos de pájaros, cabezas de perros, de ovejas… Incluso un cráneo de rinoceronte. ¿Los vio usted, tal vez, en la granja? ¿Se ha fijado que los huesos están siempre modelados y no tallados, que se tiene siempre la impresión de que salen de un molde, después de haber sido modelados en arcilla? Cualquiera que sea el hueso que usted mire, siempre encontrará la huella de los dedos. Dedos a veces enormes, a veces liliputienses, como los que han debido de modelar los minúsculos y delicados huesecillos de este murciélago. Siempre veo en cualquier hueso la marca de los dedos de ese dios que se ha divertido en darles forma. ¿Y se ha dado cuenta de que con sus convexidades y concavidades los huesos se encajan unos en los otros? ¿Se ha dado cuenta de con qué arte están "ajustadas" las vértebras?

[Brassaï, Conversaciones con Picasso, Turner - Fondo de Cultura Económica, Colección Noema. Traducción de Tirso Echaendía; revisión de María José Guadalupe. Tuner Publicaciones SL. 2002, pág. 108.]


.....................................................................................
Imagen 1. Julio Blancas, Cerebro, pelo de autor, 1993.
Imágenes 2, 3 y 4: Julio Blancas, Serie Cráneos, 2010.
Sobre el dibujo de Julio Blancas, el bárbaro (I)



Manchas por todas partes: en la pared, sobre la mesa, en los zapatos, sobre el cuerpo. Manchas color azabache sobre los párpados desnudos, sobre los pies desnudos, sobre la tierra desnuda. Manchas fósiles que hacen aparecer ante nuestros ojos imágenes de un tiempo sin edad. Espejismos, blasones, atlántidas.

Nudos, hilos, tegumentos que se entretejen como constelaciones en fuga; cabellos entrelazados color azabache, como fuegos artifiales imperceptibles en el cielo nocturno.



El color del vértigo, el no-color, el color de las grutas sin sentido de lo ignoto; el color de la masa de color de una nebulosa. El color blancas.




Los que visitan el estudio de Julio Blancas saben que se adentran en la guarida de un gigante: Cíclope taciturno que regresa de librar batallas mitológicas.

Julio Blancas dibuja lo que dibuja sin saber muy bien qué demonios está dibujando y por qué nuevos caminos le llevarán los trazos venideros. ¿Será, Julio Blancas, la personificación del genio -a punto he estado de decir "bárbaro"- kantiano?

Un niño encuentra sobre una roca oculta entre tabaibas, en la montaña, signos indescifrables. El niño repasa con sus dedos el sentido de los trazos sobre la piedra, introduciendo la yema de su índice entre los cauces irregulares que ha dejado el tiempo. El muchacho retiene en su memoria las inscripciones. Luego, al volver a la casa, toma sus lápices de colores y dibuja el movimiento de las alas de un pájaro, el balanceo de las ramas de un árbol en medio de una tormenta, la sombra de una montaña sobre el paisaje. Hasta que, al fin, comienza a dibujar la misma imagen fósil que vio en la roca, e intenta comprender.



Los lápices color azabache con los que dibuja Julio Blancas están hechos de la materia gris de un bosque jurásico, extinguido hace doscientos millones de años. Nadie sabe, en verdad, dónde consigue Julio Blancas sus provisiones. Acaso obtiene con gesto primitivo el grafito suspendido, estalactito, de las paredes de cavernas innombrables.

Imagino a Julio Blancas subiendo y bajando escaleras interminablemente, pasadizos, corredores que comunican bajo tierra en busca de su mina de grafito. Lo imagino abriendo túneles, trasladando piedras preciosas en viejas y chirriantes vagonetas hasta dar con la munición que habrá de alimentarlo durante los próximos meses.

Dicen los entendidos que pocas veces se logra ver de cerca, sereno, a un Cíclope, pues la ebriedad de los soles delirantes ciega su solo ojo hasta que cae rendido, preso de imágenes obsesivas y mundos alucinantes.

Si estás en una fiesta y ves entrar a Julio Blancas avanzando entre la multitud, echa a correr, cual Acis, el desdichado. Huye si puedes de la obsesión de sus nudos gordianos, de su cabellera titánica, de sus trapecios arrojadizos.



Repetir el mismo gesto cientos de veces hasta que la punta del lápiz se adecúe a la manera de perder grosor en frotaciones contra la superficie, como animal impetuoso que fecunda a su víctima hasta el agotamiento. Frotar, rasgar, retorcer, envestir, apurar, frisar, escupir en todas direcciones... explosión en cientos de trazos delirantes hasta alcanzar el control final del último gesto.

Mira las líneas de tus manos inscritas a cada paso que das sobre la tierra, sobre las palmas que acarician los celajes, sobre las estampidas del mar, sobre tus ojos ciegos.

Hacia donde quiera que gires la cabeza sólo encontrarás el destello de cien constelaciones.

Tenebrosa noche, la del caminante que cae en sus redes, por siempre ya condenado al extravío. Sin muros ni setos, el dibujo de Julio Blancas se convierte en efectivos laberintos, en losas de soledad y silencio, en huellas de una escritura indescifracle.


.....................................................................................


1. De izquierda a derecha: Julián Zugazagoitia, Julio Blancas, Juan Carlos Batista, en casa del artista, contemplando "nudos gordianos". Otoño de 2008.
2. Sin títuto, grafito sobre parabólica, 110 x 100 cm.
3. Parabólica, grafito sobre aluminio, 102 x 93 cm.
4. Juan Carlos Batista, Julián Zugazagoitia, Isidro Hernández y Julio Blancas, en el estudio del artista, contemplando parabólicas y obras sobre papel de gran formato. Otoño de 2008.
5. De la serie Nudos gordianos, grafito sobre aluminio, 23 x 23 cm.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Sobre la pintura de Carlos Chevilly










Los frutos de Carlos Chevilly, inmóviles, detenidos en el tiempo sin tiempo de la pintura, en el espacio sin espacio del lienzo, como bombillas verdes que invitan a encender escenarios de extrañas profundidades. Presencia sencilla y mínima, sus naturalezas muertas dan la espalda a la exhuberancia de los manjares archimboldianos del pintor Ramón Alejandro. Los frutos de Carlos Chevilly prefieren la quietud al movimiento, la sombra a la luz, el replegamiento al descaro, el silenco a la voz, la insinuación de los colores desnudos a los ropajes excesivamente coloristas.



Dejar la mesa puesta, con el desaliño de manjares improvisados, campestres, hirsutos.



Severa y lejana felicidad, la de estos frutos tunos, inmarcesibles e imperecederos sobre la piel de la pintura.



Una naranja, un jarrón, una botella. Objetos cotidianos, tan sencillos que parecieran sentir pudor ante los ojos del visitante que los contempla. Al entrar en la estancia, la visión de una modesta pintura colgada en la pared.



Frutas, barros, jarras, peceras, sardinas, caracolas... Pobreza insinuante de objetos olvidados. Protagonistas en el secreto de su taller.



El color de los higos maduros sobre las pencas... amarillo, naranja, rojo. Casi por verlos madurar merece la pena dejarlos caer al suelo. Fruta de toscas espinas, el higo madura a la luz del mediodía. Fruto solar; si lo pruebas tomarás el sol con él, entre sus labios, entre tus labios. Como en una pintura de Carlos Chevilly, los frutos sobre la mesa -o en cualquier parte-, componiendo un modesto concierto barroco.



Ven aquí y endúlzate la boca. Ah, pero cuidado con las púas que atraviesan mi piel de los pies a la cabeza.



"La obra de arte metafísico es, en cuanto al aspecto, serena; pero da la impresión de que algo nuevo deba ocurrir en esa misma serenidad y de que otros signos, además de los ya manifiestos, vayan a irrumpir en el cuadrado de la tela. Éste es un síntoma revelador de la profundidad habitada". [Giorgio De Chirico]



Pasear por pasadizos de castillos medievales. Imitar los gestos grandilocuentes de caballeros andantes, las pinceladas en el lienzo trazadas por aspirantes a títulos de nobleza.



Pintura frugal, escasa -entre la nitidez de un frío realismo y la mágica irrealidad de una frágil existencia- Carlos Chevilly es maestro en la nueva objetividad, idealista en el realismo.



Imagen: Carlos Chevilly, Higos chumbos, óleo sobre lienzo, ca. 1948.





viernes, 12 de febrero de 2010

El cementerio de los ingleses




Si hay un lugar en el mundo que invite a la meditación y al sosiego, ese es el Cementerio de los Ingleses. Colgado de un extremo de la muralla oriental de la ciudadela portuguesa de Elvas, desde aquí se contempla el fabuloso espectáculo de las llanuras y dehesas de Badajoz, La Albuera y sus proximidades. Atalaya modesta y prodigiosa a un tiempo, cientos de formas entrevistas en relieve sobre el paisaje sobresaltan nuestra mirada a cada paso, e intentamos recorrer la inmensa llanura reclinada a nuestros pies hasta donde la visión alcance.

Una verja de hierro de color verde delimita la zona en la que se encuentran las sepulturas de varios oficiales británicos muertos en la batalla de La Albuera, el 16 de mayo de 1811. A decir por las placas conmemorativas del cementerio La Albuera fue una de las más sangrientas batallas de cuantas se sucedieron en el transcurso de la Guerra de Independencia Española. Los huesos del General Daniel Hoghton, el Teniente Coronel Daniel White, el Teniente Coronel James Ward Oliver y el Comandante William Nicholas Bull crían malvas a nuestros pies, sepultados no sólo por la tierra que pisamos, sino por el mayor de los destierros a los que pueda someterse a un hombre: el olvido. Las placas grabadas en la pared -como la de todos los cementerios de caídos en actos de guerra- no son más que meros trazos y nombres que nada significan, como ecos lejanos que apenas logramos distinguir. Y, sin embargo, alguien cuida de este lugar, minuciosamente; se diría que alguien se ocupa de que todo esté en orden y bien dispuesto en este pequeño cementerio, como para invitarnos a imaginar, desde aquí arriba -y como si se tratase de una grada genial para la contemplación de espectáculos fabulosos- todas y cada una de las batallas que han presenciado estas murallas.

El cementerio de los ingleses, sin duda uno de los más hermosos de cuantos he visitado.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Visiones


Las visiones nocturnas tienen la particularidad de dejarnos una cadena de hermosas imágenes -en la peripecia de llevar a buen término el juego casero de las alucinaciones- capturadas por una doméstica cámara fotográfica.




Escenario ideal para la representación de un mundo no - objetivo en el que mis ojos son seducidos por escenarios de un paisaje cotidiano y a la vez sorprendente, la mirada reinventa a cada vez todas las cosas, especialmente los objetos celestes, nocturnos, que poco a poco se confunden con schadographies circulares a la manera de planetas y lunas artificiales.




Encandilado por las formas danzantes que proyectan en una pared varios resortes en espiral a la manera de algunas fotografías de Raoul Ubac. Maravillado, en fin, por eclipses con botellas incandescentes contemplados en una fotografía de 1953 realizada por Hausmann y entrevistos ahora en el paisaje. Fotografías de espaldas al objetivo mismo, como quien abre una nueva escala en lo real, repentinamente, por el impulso automatista de la imagen instantánea, fotográfica.

domingo, 17 de enero de 2010

Rituales de año nuevo



Todos poseemos hábitos adquiridos a lo largo de los años; me refiero a esas pequeñas manías, caprichos, preferencias o gestos más o menos rituales que nos acompañan año tras año y que, a buen seguro, sólo cada uno de nosotros sabe valorar en su justa medida porque forman parte de un código en cierto modo cerrado y constituyen, en sí mismos, una forma de lenguaje. Y como no podía ser de otra manera la llegada de un nuevo ciclo -de un nuevo año- acaso motive la realización de alguna de estas acciones, de alguno de estos hábitos, pues lo tomamos como punto de inflexión desde el que proyectar nuestro deseo, prometiéndonos a nosotros mismos la hazaña de desempeñar tareas que acaso jamás cumpliremos.

Acciones que nos procuran una buena dosis de optimismo y nos preparan mentalmente para lo que está por venir, como si se tratase de una colección de fetiches o de un divertido collar de amuletos.

Como cada año, varios amigos hemos subido a las cumbres de la Punta de Araya, y hemos plantado en tierra un pequeño drago. Casi una ofrenda a la montaña, se diría. Fruto o ganancia de una amistad sostenida en el tiempo.

Festejar la llegada de un nuevo ciclo -de un nuevo año- en marcha con los amigos de siempre; aquéllos de la adolescencia. Con los que están, y los que hubiesen querido estar aunque no hayan podido.

Esos instantes compartidos poseen para mí el valor de una montaña de diamantes.

¿Cuál es, ciertamente, la dialéctica de la amistad? ¿Cuál es su razón de ser?

El movimiento de sístole y de diástole de la amistad: la distancia que dista entre el principio de placer y libertad de decisión sin condiciones; y el principio de compromiso que nos obliga a tender nuestra mano cuando se nos necesita.

Sóplame al oído un auténtico diluvio de recuerdos.

Recordar a un amigo de otro tiempo como quien relee la página de un libro perdido.

"Inevitablemente, ésa es la parte más larga del ritual. Repetís los recuerdos de los años pasados, pero también acaban surgiendo otros nuevos del inconsciente. Intentáis mantener un tono ligero y alegre. No se trata de un ejercicio de morbosidad, es una celebración, y está permitido reír en cualquier momento". (Paul Auster)

¿Hay alguien siempre del otro lado? ¿Existe el interlocutor perfecto?

Creer en el amor, en sus múltiples expresiones. ¿Pero conocemos las expresiones del amor? La dimensión afectiva como un medio de conocimiento de uno mismo y del mundo que nos rodea.

Un compañero del trabajo, Francisco Cuadrado, subraya durante el almuerzo, con tono dicharacho y no menos gracia en el decir, que el verdadero amigo es aquel que, después de comer, se queda a la sobremesa. A su manera, no le falta razón, sin duda, en lo que dice.

jueves, 7 de enero de 2010

Estelas




Esa costumbre de tomar algunas fotografías de lugares comunes, escogidos casi al azar, y que el azar -también el deseo- transforma en imágenes caprichosas y obstinadas, en estampas de uno u otro lugar, casi capturadas en un instante alucinado e irrepetible, de camino hacia alguna parte. Y cualquier momento es propicio, pues sabes que siempre te encuentras en camino hacia algún lugar, incluso cuando permaneces inmóvil. Tomas, pues, algunas fotografías de un paisaje sencillo y accesible. El mar, sin embargo, muestra esta noche uno de sus rostros más inquietantes. Es un azul distinto al acostumbrado -piensas-, éste que ahora contemplas y persigues con tu objetivo, mientras reparas en la claridad que provoca la luz nocturna sobre las arenas y las aguas. No estás solo en la playa, aunque hace ya rato que el reloj marcó las doce. Hay gente que va y viene desde uno y otro lado. Te es casi imposible distinguir los rostros con precisión; podría tratarse de cualquiera. Aunque lo intentases nunca podrías llegar a saber el nombre de quien recorre el margen de la orilla.




Como en esa vieja canción del tajaraste, haces una raya en la arena, por ver el mar dónde llega.

La brisa nocturna te golpea las sienes hasta sentir un suave mareo. La noche se va abriendo poco a poco sobre sí misma, y va dejando paso a una claridad peculiar e irrepetible. Sabes que aunque volvieses cientos de veces a este mismo lugar y a la misma hora, no volveríamos a contemplar estas formas caprichosas y por siempre efímeras que brotan desde la espuma para luego desvanecerse en cuestión de segundos, una y otra vez, recomenzantes.

Todos -también tú- querrían saber cuál es el sentido último de la palabra deseo.



Espuma blanquísima la de esta agua, clara en la oscuridad de la noche.

Pienso, inevitablemente, en unos versos del poeta Luis Feria que, sin duda, esta visión nocturna del mar ha provocado. En su libro Arras, un breve texto que resume en pocas palabras ese sentimiento de extrañeza, misterio e inexplicable sobresalto ante su contemplación:

El mar me abre ventanas misteriosas;
aunque coja su rosa nunca cojo su rosa.