domingo, 17 de enero de 2010

Rituales de año nuevo



Todos poseemos hábitos adquiridos a lo largo de los años; me refiero a esas pequeñas manías, caprichos, preferencias o gestos más o menos rituales que nos acompañan año tras año y que, a buen seguro, sólo cada uno de nosotros sabe valorar en su justa medida porque forman parte de un código en cierto modo cerrado y constituyen, en sí mismos, una forma de lenguaje. Y como no podía ser de otra manera la llegada de un nuevo ciclo -de un nuevo año- acaso motive la realización de alguna de estas acciones, de alguno de estos hábitos, pues lo tomamos como punto de inflexión desde el que proyectar nuestro deseo, prometiéndonos a nosotros mismos la hazaña de desempeñar tareas que acaso jamás cumpliremos.

Acciones que nos procuran una buena dosis de optimismo y nos preparan mentalmente para lo que está por venir, como si se tratase de una colección de fetiches o de un divertido collar de amuletos.

Como cada año, varios amigos hemos subido a las cumbres de la Punta de Araya, y hemos plantado en tierra un pequeño drago. Casi una ofrenda a la montaña, se diría. Fruto o ganancia de una amistad sostenida en el tiempo.

Festejar la llegada de un nuevo ciclo -de un nuevo año- en marcha con los amigos de siempre; aquéllos de la adolescencia. Con los que están, y los que hubiesen querido estar aunque no hayan podido.

Esos instantes compartidos poseen para mí el valor de una montaña de diamantes.

¿Cuál es, ciertamente, la dialéctica de la amistad? ¿Cuál es su razón de ser?

El movimiento de sístole y de diástole de la amistad: la distancia que dista entre el principio de placer y libertad de decisión sin condiciones; y el principio de compromiso que nos obliga a tender nuestra mano cuando se nos necesita.

Sóplame al oído un auténtico diluvio de recuerdos.

Recordar a un amigo de otro tiempo como quien relee la página de un libro perdido.

"Inevitablemente, ésa es la parte más larga del ritual. Repetís los recuerdos de los años pasados, pero también acaban surgiendo otros nuevos del inconsciente. Intentáis mantener un tono ligero y alegre. No se trata de un ejercicio de morbosidad, es una celebración, y está permitido reír en cualquier momento". (Paul Auster)

¿Hay alguien siempre del otro lado? ¿Existe el interlocutor perfecto?

Creer en el amor, en sus múltiples expresiones. ¿Pero conocemos las expresiones del amor? La dimensión afectiva como un medio de conocimiento de uno mismo y del mundo que nos rodea.

Un compañero del trabajo, Francisco Cuadrado, subraya durante el almuerzo, con tono dicharacho y no menos gracia en el decir, que el verdadero amigo es aquel que, después de comer, se queda a la sobremesa. A su manera, no le falta razón, sin duda, en lo que dice.

jueves, 7 de enero de 2010

Estelas




Esa costumbre de tomar algunas fotografías de lugares comunes, escogidos casi al azar, y que el azar -también el deseo- transforma en imágenes caprichosas y obstinadas, en estampas de uno u otro lugar, casi capturadas en un instante alucinado e irrepetible, de camino hacia alguna parte. Y cualquier momento es propicio, pues sabes que siempre te encuentras en camino hacia algún lugar, incluso cuando permaneces inmóvil. Tomas, pues, algunas fotografías de un paisaje sencillo y accesible. El mar, sin embargo, muestra esta noche uno de sus rostros más inquietantes. Es un azul distinto al acostumbrado -piensas-, éste que ahora contemplas y persigues con tu objetivo, mientras reparas en la claridad que provoca la luz nocturna sobre las arenas y las aguas. No estás solo en la playa, aunque hace ya rato que el reloj marcó las doce. Hay gente que va y viene desde uno y otro lado. Te es casi imposible distinguir los rostros con precisión; podría tratarse de cualquiera. Aunque lo intentases nunca podrías llegar a saber el nombre de quien recorre el margen de la orilla.




Como en esa vieja canción del tajaraste, haces una raya en la arena, por ver el mar dónde llega.

La brisa nocturna te golpea las sienes hasta sentir un suave mareo. La noche se va abriendo poco a poco sobre sí misma, y va dejando paso a una claridad peculiar e irrepetible. Sabes que aunque volvieses cientos de veces a este mismo lugar y a la misma hora, no volveríamos a contemplar estas formas caprichosas y por siempre efímeras que brotan desde la espuma para luego desvanecerse en cuestión de segundos, una y otra vez, recomenzantes.

Todos -también tú- querrían saber cuál es el sentido último de la palabra deseo.



Espuma blanquísima la de esta agua, clara en la oscuridad de la noche.

Pienso, inevitablemente, en unos versos del poeta Luis Feria que, sin duda, esta visión nocturna del mar ha provocado. En su libro Arras, un breve texto que resume en pocas palabras ese sentimiento de extrañeza, misterio e inexplicable sobresalto ante su contemplación:

El mar me abre ventanas misteriosas;
aunque coja su rosa nunca cojo su rosa.