viernes, 24 de septiembre de 2010

Fortuna délfica de Juana Fortuny




Recientemente se ha clausurado la exposición de Juana: la loca trenza de dragón agitando sus escamas arcoiris sobre las espaldas del sol, la casajardín ocupando todo el espacio de la mirada, hasta donde la mirada alcanza.

Cometa suicida, mi cabeza, sobrevolando con el pensamiento los enjambres de color de Juana. La Fortuna de encontrarse por un instante allá arriba, a lomos del sol, y seguir con la mirada el camino trazado por la tortuga.

Asómate al ojo multiforme del pájaro feliz, cruce de transparencias encontradas, como el pico de una isla entrevista a lo lejos.

Al pasear por La Laguna suelo tropezarme con Juana Fortuny. Al doblar una esquina, al atravesar un paso de cebra, siempre aparece con su gesto sonriente recién planchado, la comisura de sus labios en posición de arcoiris invertido, con una carga de risa explosiva en sus manos, a punto de hacerla estallar en cualquier acera, en cualquier esquina, cualquier plaza.

¿Quién es la misteriosa muchacha que mira hacia arriba, de espaldas, en la fotografía?

La máquina de coser de Juana Fortuny, poseída por un estado de gracia perpetua. La máquina de coser de Juana, última generación, va recorriendo distancias entre aquí y allá, uniendo lo que estaba roto y fragmentado, acortando distancias, ensemblando con el tiquititac de su instrumento cientos de retales de color, como si se tratase de una alfombra mágica con la que cubrir nuevos horizontes.



Las máquinas de visión de Juana Fortuny: asómate a un mirafondo para ver lo que callan las cosas cuando callan; mira dentro de un mirofondo de Juana Fortuny. Verás.

Al salir de la casa, contemplo un mundo hecho de retazos. Camelias de luz acariciando la maravilla.

Decir calladamente el soneto "Muérome por llamar Juanilla a Juana", de las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos.

El infinito empieza en los colores de Juana Fortuny y escoge caminos diferentes hasta confundirse en su aeromancia.

Pliegues, tejidos, tegumentos, hebras de infinito sujetan las cometas que Juana Fortuny echa a volar todas las mañanas desde su ventana.

Sobre la exposición El camino de la tortuga, de Juana Fortuny, Ateneo de la Laguna, Tenerife, 2010.

martes, 21 de septiembre de 2010

Algo más sobre Coleccionismo




El coleccionista es un obseso que no descansa hasta saciar la sed que nutre su fantasía.

Sin obsesión no puede haber coleccionismo.

El coleccionista es incapaz de explicar de dónde procede el flujo de su obsesión; cuál es el motivo de semejante deseo.

Incapaz de definir el porqué que lo alimenta.

La fiebre del coleccionista, siempre dispuesta a brotar con nuevo impulso, inexorablemente, como una herida abierta.

El coleccionista de máquinas lomo, emilianas, colocadas una sobre la otra, desarmadas y apiladas en montoncitos, como en un cementerio de viejos elefantes.

El coleccionista es, a su manera, un corredor de fondo, un trapecista, un antólogo, un obseso.

Loco por decirle a la mujer que ama: "coleccióname, por favor".

Coleccionar es el acto de posesión por excelencia, de posesión en serie.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Algunas notas sobre lo mismo




La insensatez de llevar estas torpes notas de diario, escritas para quién.

El sentido de toda escritura no tiene sentido en sí mismo. Siempre permanece un tanto más allá, a tientas con el misterio.

Lo mismo que si quisiéramos retener fragmentos de tiempo, instantáneas, contemplando viejas fotos inconexas, sólo breves vestigios de lo que ya no es; así estas cuartillas y papeles mojados.

Escribir, para quién. Dar voces contra un muro. Lanzar una botella con un mensaje escrito sobre papel pergamino.

La poesía, siempre escurridiza entre nuestras manos, acaso para recordarnos que seguimos en la brecha, en esta inútil tentativa por robar a los días algo de claridad.

Nunca se sabe muy bien lo que el poeta trae entre manos hasta que se le conoce de cerca. Mas, casi nunca es posible acercarse al poeta, porque dicen que anda con el pensamiento en otra parte. De ahí su apariencia de desaliño y habitual despiste (recuerda que se lo reprochan los hombres cuerdos).

No sé muy bien qué demonios pasa, pero todo lo que escribimos tiene el mismo olor y nos recuerda a algo, tanto como si estas notas hubiesen sido trazadas en otra parte, mucho antes de que fueran escritas. Quizás porque desde el momento en que tenemos conciencia no es posible desquitarse uno mismo de sus cosas y mirar hacia otro lado que no sea hacia esta parte del cauce, aquí mismo.

Sobre la mesa de quien escribe o quien subraya entre líneas con un simple lápiz: libros, diccionarios, un reloj de bolsillo, una servilleta de papel con puntitos de colores.

Lector, no sigas a pie juntillas lo que digo o escribo. No me tomes en serio. Aunque piense lo que digo y deletree con cautela lo que escribo, todo esto no es más que una farsa, una mala comedia sin final, un divertido y estúpido sainete. Así estas notas de diario, breves fragmentos que a nada ni a nadie riden cuentas. Deja que se humedezca el papel y la tinta se corra sobre las hojas escritas. Hoy también llueve sobre mojado.