lunes, 31 de enero de 2011

Concierto animal de Laura Gherardi (I)




Laura Gherardi, entre planetas, asomada a un improvisado jardín de siemprevivas.

Los seres biomórficos de Laura Gherardi, trepando por los muros de la casa hasta el techo, como sombras con vida o proyectadas en la pared por el deseo y la memoria. Seres arácnidos, plolíficos, sometidos a múltiples mutaciones. Pero también cavidades que nos conducen a estancias por descubrir. Ventanas que se multiplican y figuras sin rostro que se vuelven vulnerables a nuestra mirada.

Los dibujos de Laura Gherardi están hechos con la cera de sus venas abiertas a la respiración ciega de las branquias de los peces del fondo, al espesor de las extremidades de treinta arácnidos fantasmas.

Contemplo los dibujos de Laura Gherardi, palpo el movimiento de sístole y diástole del corazón de un pájaro, la multiplicación en fuga de una estrella, el chapoteo del hipónomo de un molusco suicida, el rumor de unos planetas de los que no consigo oír sino una confusa melodía al fondo de mí mismo.



Un puñado de imágenes entre las manos o en ninguna parte. Un puñado de imágenes diseminadas por todas partes, como extremidades cefalópodas que todo lo tocan y a todo se aferran.

Como buzos que sumergen su escafandra bajo el agua en el instante en el que se abre un mundo alucinante ante sus ojos.

Formas gestantes, formas nacidas del alimento que nutre tu memoria, sujetas por la hebra frágil de una extremidad dormida o por el resplandor entrevisto de una piedra ágata.

Seres tentaculares, téutidos, vomitando tinta negra sobre el rostro de los ángeles. Su tinta es la nebulosa que alimenta cada vez más nuestra ignorancia.

Soñé que tropezaba con los cables del teléfono, perdía el equilibrio y mi cabeza se estallaba contra el suelo. Lo extraño del sueño era la herida; la cabeza fracturada en dos mitades iguales, a la manera de una cáscara de nuez sobre el parquet industrial de roble macizo de dos centrímetros y medio de espesor en pequeñas tablillas de veinte centrímetros de largo y con un acabado de tres suaves capas de barniz. La extrañeza de sentir mi cuerpo por encima de mi cuerpo tendido en el suelo, la laxitud de los músculos aún con vida, la sangre tomando el despacho lentamente, como una inmensa gota de agua roja. La extrañeza también del presentimiento -y la visión- de una luz al final del camino -túnel lo llaman-; pero tras la luz no había centinela ni arcángel ni dioses, sólo formas tentaculares como en los dibujos de Laura Gherardi. Y confundida, la luz, con una mancha negra que flotaba en los oscuro.

Toma la cera de mi sangre de mi rostro de mi mano de mis pupilas de mi sexo erecto.



El concierto animal de Laura Gherardi: dolor de corazón / objeto negro que encierro en mi pecho/le crecen alas/ sobrevuela la noche. (Blanca Varela)

.............................
Imágenes de la exposición Nessun Dorma, de Laura Gherardi, celebrada recientemente en Espacio Área 60, TEA Tenerife Espaco de las Artes.

sábado, 22 de enero de 2011

Esa manía de cerrar los ojos cuando escuchamos el click de una máquina fotográfica, en el momento mismo en el que el objetivo intenta capturarnos para siempre en su retina.

Ver para creer y creer para poder ver.

Mira esos objetos que te rodean, en la casa. Como si se tratase de cuerpos dormidos o en extraño trance. Los objetos reposan en quietud, como esfinges acaso vigilantes. Algunos parecen anhelar la complacencia de unos ojos que los miren permanentemente, pues han sido llamados a la escena sólo para ser vistos, para ser contemplados y admirados, para ser tocados. Otros prefieren la quietud anónima del hogar o la sombra.

Vistas así las cosas, todo cambia.

Contemplar una puesta de sol en una fotografía o en una pintura. Sentir la herida de esa contemplación, como si se estuviera dentro de la imagen misma o se formara parte de ella; como si asistiésemos a un mismo presentimiento de la oscuridad venidera.

Entenderlo todo a través de la mirada y hasta donde la mirada alcanza es también todo un acto de fe.

Pasen y vean. Pasen. Vean y pasen.

¡A la piltra, atajo de visionarios!

viernes, 14 de enero de 2011

Mi bicicleta y yo




Mi vieja biblicleta peugeot, made in france, sobre un altillo del garaje, junto a una escalera, una radio que ya no funciona, libros, cajas y cartones para pintar. Mi bicicleta varada en una pared, sin carretera que la peine ni asfalto, sin horizontes que recorrer, sin metas que alcanzar ni trofeos que ganar. Sólo una bicicleta.

Mi vieja bicicleta, ya casi una reliquia de otro tiempo en el que me conducía por las calles de una ciudad extranjera.

Mi bicicleta, ¿fue mía alguna vez? Mas bien pertenece a todos cuantos en ella pedalearon. ¿Y quién debió montar en ella antes de que yo la montara?



Un objeto más, inerte y vivo a un tiempo en la viveza de su inercia inanimada. O dormida tal vez, en otra época merecedora de triunfantes medallas.

Metafísica de la velocidad aún por venir, teoría de la fuerza centrífuga que la arrastra hacia espirales vertiginosas, mi bicicleta -inmóvil, detenida- fija en un tiempo sin edad sobre lo alto de una pared subterránea, sueña con recobrar la vida de cien nómadas trotamundos.

Vida ultraterrena, la de mi bicicleta peugeot en el sótano de la casa, escondida, semitapada y semiapartada del mundo de los viandantes, de los transeuntes, de los ciclistas de capa y latiguillo. Espectro de sí misma, junto a un montículo de objetos y estanterías cubiertas por telares de color azul, como en una fotografía de Ursuliak, clausurados y oprimidos.

Solía montar temprano mi bicicleta, saliendo de la Place Strasbourg y bajando por la rue Jean Jaurès en caída libre hasta alcanzar el camino de la fac. Al final de la calle, a lo lejos, las gruas del muelle, desafiantes.



Acaso fuiste, bicicleta mía, campeona de alguna heroica carrera, y ganaste, también tú, el maillot amarillo. Acaso guardas en tu estar entre las cosas no se sabe qué letanía de vítores y hazañas heroicas. Bravo, biblicleta mía, bravo.