Concierto animal de Laura Gherardi (I)
Laura Gherardi, entre planetas, asomada a un improvisado jardín de siemprevivas.
Los seres biomórficos de Laura Gherardi, trepando por los muros de la casa hasta el techo, como sombras con vida o proyectadas en la pared por el deseo y la memoria. Seres arácnidos, plolíficos, sometidos a múltiples mutaciones. Pero también cavidades que nos conducen a estancias por descubrir. Ventanas que se multiplican y figuras sin rostro que se vuelven vulnerables a nuestra mirada.
Los dibujos de Laura Gherardi están hechos con la cera de sus venas abiertas a la respiración ciega de las branquias de los peces del fondo, al espesor de las extremidades de treinta arácnidos fantasmas.
Contemplo los dibujos de Laura Gherardi, palpo el movimiento de sístole y diástole del corazón de un pájaro, la multiplicación en fuga de una estrella, el chapoteo del hipónomo de un molusco suicida, el rumor de unos planetas de los que no consigo oír sino una confusa melodía al fondo de mí mismo.
Un puñado de imágenes entre las manos o en ninguna parte. Un puñado de imágenes diseminadas por todas partes, como extremidades cefalópodas que todo lo tocan y a todo se aferran.
Como buzos que sumergen su escafandra bajo el agua en el instante en el que se abre un mundo alucinante ante sus ojos.
Formas gestantes, formas nacidas del alimento que nutre tu memoria, sujetas por la hebra frágil de una extremidad dormida o por el resplandor entrevisto de una piedra ágata.
Seres tentaculares, téutidos, vomitando tinta negra sobre el rostro de los ángeles. Su tinta es la nebulosa que alimenta cada vez más nuestra ignorancia.
Soñé que tropezaba con los cables del teléfono, perdía el equilibrio y mi cabeza se estallaba contra el suelo. Lo extraño del sueño era la herida; la cabeza fracturada en dos mitades iguales, a la manera de una cáscara de nuez sobre el parquet industrial de roble macizo de dos centrímetros y medio de espesor en pequeñas tablillas de veinte centrímetros de largo y con un acabado de tres suaves capas de barniz. La extrañeza de sentir mi cuerpo por encima de mi cuerpo tendido en el suelo, la laxitud de los músculos aún con vida, la sangre tomando el despacho lentamente, como una inmensa gota de agua roja. La extrañeza también del presentimiento -y la visión- de una luz al final del camino -túnel lo llaman-; pero tras la luz no había centinela ni arcángel ni dioses, sólo formas tentaculares como en los dibujos de Laura Gherardi. Y confundida, la luz, con una mancha negra que flotaba en los oscuro.
Toma la cera de mi sangre de mi rostro de mi mano de mis pupilas de mi sexo erecto.
El concierto animal de Laura Gherardi: dolor de corazón / objeto negro que encierro en mi pecho/le crecen alas/ sobrevuela la noche. (Blanca Varela)
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Imágenes de la exposición Nessun Dorma, de Laura Gherardi, celebrada recientemente en Espacio Área 60, TEA Tenerife Espaco de las Artes.