domingo, 24 de febrero de 2013


Franz Roh, collagiste



Confiesa Franz Roh (1890 – 1965) en alguno de sus escritos que su práctica como collagiste fue una de sus principales aficiones. Una actividad plenamente lúdica que el historiador del arte y teórico de la fotografía desarrolló a lo largo de toda su vida, si bien sólo dio a conocer en sus últimos años de existencia. En efecto, aunque ya había expresado su interés por la práctica del collage en la década anterior, concretamente en un texto aparecido en la revista Das Kunstwerk, sólo a partir de 1961 hará públicos esos trabajos, pudiendo contemplarse en sendas exposiciones organizadas por la galería Otto Stangl y, dos años después, en la galería Parnass de Wupepertal, de Munich.




Todo parece indicar que esta actividad quedó siempre circunscrita al ámbito de lo privado, como un quehacer propio del disfrute, la distracción o la curiosidad hacia una práctica nueva. El teórico alemán adopta la aptitud del coleccionista de tarjetas postales, de revistas científicas y libros ilustrados y, celosamente, va poblando su propio mundo cotidiano de usadas imágenes a las que proporcionar una nueva vida con el procedimiento del collage. En uno de los textos que acompañó aquellas exposiciones tardías, Franz Roh subraya hasta qué punto esta práctica se remonta a su juventud, pues “ya antes de estudiar Historia del Arte –afirma– recortaba a veces fragmentos de ilustraciones, para utilizarlos en comparaciones de formas. Un día me sentí sobrecogido al comprobar la cantidad de nuevas composiciones que se podía intuir en cuanto esos fragmentos se reunían. Entonces, estimulado por el collage cubista y, sobre todo, por el surrealista, comencé a dar a esas combinaciones, surgidas azarosamente al principio, una ordenación basada en la estructura o el contraste. Por ese método todo el mundo puede obtener una expresión distinta, incluso disponiendo de los mismos fragmentos. Se recortan los detalles llamativos, los que por así decirlo electrizan o repelen, y se colocan sobre una superficie controlando la fantasía estructural y temática. Así pueden surgir imágenes nuevas, sorprendentes, que nos trasladan del mundo real a otro posible y excitante”. Al detenernos en esta inclinación de Franz Roh por la práctica del collage, resulta inevitable evocar a Picasso, pues tal y como se ha señalado en más de una ocasión, éste gustaba de tener al alcance de su mano unas tijeras con las que dar forma a las siluetas y personajes de papel surgidos espontáneamente de su imaginación y casi por el impulso autómata, libre, de dar forma a cualquier materia manipulable. También en Picasso, esta práctica se inscribe en el mundo íntimo del hogar, pues sus improvisados divertimentos y juguetes de papel –animales, desnudos, centauros, casas, figurillas y personajes de la commedia dell’arte– son ofrecidos como juguetes a niños, visitas y amigos; miniaturas que, en sus manos, llegan a tornarse tridimensionales, con relieves propiciados por los recortes y las dobleces, y que en muchos casos servirían de bocetos para sus esculturas tardías.

Para Franz Roh, la práctica del collage supone cerrar los ojos a lo previsible y mantenerse a la expectativa, dispuestos a contemplar el mundo por vez primera, a recobrar, como un niño, la alegría y la sorpresa del sortilegio. Esa actitud significa ajustarse a las premisas del “arte común”, al alcance de todos –ese gesto subversivo de no considerarse artista–, estar predispuestos al desarraigo de desaprender lo académico y declararse amateur. Se trata de una vocación de naturalidad sin fisuras, que abre la práctica artística hacia lo que él mismo denominaría un arte colectivo, un juego –en el pleno sentido de la palabra, digamos–, al servicio de cualquiera, pues su práctica no necesita de un dominio formal o de ningún instrumento concreto. Es, más bien, un método que, al igual que otros procedimientos de vanguardia en los que tanto el azar cono la elección juega un papel esencial, queda expuesto al servio de la habilidad de quien se sirve de él. Así el collage, como la decalcomanía o la escritura automática surrealista, viene a corroborar la cita de Lautréamont cuando afirma que “la poesía –la creación en su conjunto– debe ser hecha por todos, no por uno”. Franz Roh, quien se interesó por las creaciones de los no artistas y las tendencias experimentales del arte de su tiempo, concibe la práctica el collage como un proceso que abre la puerta a la democratización del arte: el dominio de la pintura, la escultura o el dibujo resultan irrelevantes a la hora de dar a ver nuevas imágenes. Lo que en verdad cuenta es la capacidad visionaria de quien lo ejecuta, la apertura hacia los nuevos caminos de la imagen o, para decirlo con sus propias palabras, “la alegría de volver a ver” que traen consigo los tiempos modernos. Del mismo modo, Franz Roh insiste en subrayar la importancia del carácter colectivo de la fotografía: “las acciones vitales o creativas pueden dividirse en dos clases: las que sólo pueden ser ejecutadas por unos pocos hombres y las que son en principio accesibles a todos. La fotografía está entre estas últimas y de ahí su gran trascendencia sociológica. Para que un instrumento adquiera esa trascendencia en la historia de la humanidad han de concurrir por lo general tres circunstancias: el aparato debe ser relativamente barato, técnicamente ha de ser fácil de manejar, y el sentimiento de la vida debe inclinarse en la época hacia ese tipo de placeres”. [Véase el texto publicado en febrero de 1930, "El valor de la fotografía"].





Franz Roh la técnica del collage acaso sea el procedimiento creativo más sencillo en cuento a su técnica, porque carece totalmente de ella; pero también es verdad que con ella se obtiene algunos de los resultados más logrados. El collage podría parecer una práctica ingenua, como el más dócil de los juegos, y al realizarse con materiales rudimentarios, se encuentra, en verdad, al alcance de cualquier persona que quiera distraerse experimentando con tijeras, cola, recortes de revistas y otras publicaciones. La intervención del autor se limita, en muchos casos, a la elegir una determinada descontextualización de las imágenes aproximadas sobre un mismo fondo, logrando una obra que pareciera obtenida del calco de los sueños. En sus collages, cargados de una intensa calidad metafórica, asistimos a una suerte de deslizamiento del inconsciente; los objetos y personajes silueteados por las tijeras del autor alemán parecen asistir a una vertiginosa huida de lo real. El resultado final es la consecuencia de una chispa que enciende la imagen subversiva; una imagen que resulta totalmente nueva, aunque realizada con fragmentos, recortes, de imágenes reconocibles. En el caso de Franz Roh caemos en la cuenta de que existe una predilección por algunos motivos o elementos que han sido concientemente escogidos, como son las figuras anatómicas, los motivos animales y vegetales, o las escenas marinas, siempre en el contexto de una estética que se nutre de las revistas ilustradas del siglo XIX. En este sentido, resulta evidente la proximidad formal de los collages de Franz Roh con los de Max Ernst –con quien mantiene cierta correspondencia y a quien dedica varios textos críticos–, especialmente por las fuentes ilustradas que en ambos casos sirven de materia prima de sus composiciones. Franz Roh parece, en cualquier caso, admirar el dominio técnico de Ersnt –a grandes rasgos superior al suyo–, y que va mucho más allá del simple procedimiento del recorte y del pegado de meras imágenes, pues muchos de los trabajos de Ersnt no llevan cola, sino gouache, lápiz o tinta.

En muchos collages de Franz Roh encontramos cierta vinculación formal con las violentas distorsiones de escala practicadas por autores dadaístas como Höch o Hausmann, como observamos en las obras que llevan por título “Seltsame Arche” (1930), “Der Exotismos wird beschossen” (1935). Si en el collage y en el fotomontaje surrealista asistimos a un perfecto ensamblaje de las imágenes de partida, esto es, a cierta continuidad espacial –de forma que no siempre resulta fácil adivinar dónde se encuentran los límites de los elementos ensamblados– en el caso de Franz Roh en ocasiones observamos un contraste de escala que provoca, al tiempo que el desconcierto triunfa, una descontextualización mayor de los personajes convocados en la escena. En los collages de Franz Roh predomina cierto tono alegórico y misterioso de difícil traducción interpretativa. Dos ejemplos claros son “Traum des trinkers” (1930), en el que asistimos una escena nocturna en la que un hombre, en medio de un paisaje volcánico, acciona una serie de hilos sujetos a todo su cuerpo y, en medio de una cúpula luminosa, quizás una gigantesca retina, se aproxima al cuello sesgado de una gran botella; o Lasst das Licht den Robben leuchten, da es die Menschen nicht wollen (1930), en donde una vela encendida –el conocimiento, un signo de futuro, un pequeño ápice de resplandor del ser humano– llamea en medio de un paisaje muy ingrato y frío, sin hombres, acaso prehistórico, lleno de focas y bandadas de aves. En la serie de collages que llevan por título "Metaporphosen des Herrn Miracoloss" (1923 – 1950), Franz Roh nos hace partícipes de las extrañas apariciones de un personaje –quizás la imagen misma del hombre moderno en la preparación y adiestramiento de sus sentidos– que adopta distintas metamorfosis. El motivo de la mano que ejecuta una acción o manipula algún objeto aparece de forma constante en estas obras, tal vez como una suerte de alusión a la actividad del collagiste: la acción de cortar, recortar, doblar y pegar no deja de ser un proceso quirúrgico, esto es, una cirugía plástica que, en palabras de André Breton, permite "abrazar dos realidades muy distintas sin apartarse del reino de nuestra experiencia" creando un cortocirtuito visual y abriendo la imaginación hacia otras realidades totalmente nuevas. 

Franz Roh, collagiste: el orden del mundo ordinario se resquebraja, como en un juego de barajas y, poco a poco, van saltando por los aires todos los convencionalismos, hasta abrir la puerta hacia la invención de una realidad libre, irradiada del poder de la metáfora. Franz Roh, collagiste

1. Retrato de Franz Roh.
2. Franz Ron, "Total Panik II" (Pánico absoluto II), 1937.
3. Franz Roh, "Seltsames Beieinander" (Extraña proximidad), ca. 1930.

lunes, 18 de febrero de 2013


Ángel Padrón y Amédée Ozenfant subidos a la grupa de los caballos de Apolo



Las mejores pinturas Ángel Padrón son constelaciones. Ángel Padrón es conocido como un pintor de paisajes. De paisajes nocturnos -decimos-, de pinturas en las que la noche da forma a caprichosas y enigmáticas constelaciones. En los firmamentos evocados por el pintor podría afirmarse que todo lo que abarca la mirada es un mismo paisaje, una misma representación del cielo nocturno. Y, sin embargo, no hay un espacio igual al otro, un destello igual al otro, una brizna de estrellas igual a otra. Firmamentos, constelaciones, visiones que sumergen nuestro pensamiento en las aguas primitivas del comienzo.


Ángel Padrón gusta de presentar sus obras en series de pequeño formato, casi a la manera de miniaturas, acaso imbuido de la creencia de que la única manera de domar la fuerza incontenible de un astro es atrapándolo en el espacio acotado de una pintura. Se trata de series que están sujetas a lentas variaciones, pero que van abriéndose en una misma dirección.


Los cielos de Ángel Padrón muestran amplios horizontes ante nuestra mirada. Es heroica, en verdad, la elección de la pintura como medio de expresión de estos paisajes nocturnos. Emerson Barnard realizó, hasta el agotamiento, millares de fotografías de la Vía Láctea. Raoul Hausmann nos mostró a través de las sombras fantasmagóricas de sus mélanographies extraños satélites en órbitas disímiles. Por su parte, Christian Schad ilustró con sus fotografías abstractas o schadographies los poemas de Aloysius Bertrand reunidos en Gaspar de la nuit. Y más recientemente, la imagen nocturna le debe a las grandes constelaciones fotográficas de Thomas Ruff una de sus más hermosas realizaciones. Con todo, Ángel Padrón persevera en el uso de la pintura para mostrar sus cielos nocturnos, sus constelaciones. Es, la suya, una elección libremente asumida: la pintura como medio y como norma; el contexto propicio para jugar al juego de las representaciones nocturnas, innumerables.


Zugemessen ward dem Lichte seine Zeit; aber zeitlos und raumlos ist der Nacht Herrschaft. [Novalis]
                                                                                                 



Ángel Padrón pisando los talones de Amédée Ozenfant, siguiendo sus pasos por entre las encrucijadas de un jardín nocturno de asfódelos.


Al igual que en un pequeño óleo sobre lienzo pintado por Amédée Ozenfant en 1929, los paisajes nocturnos de Ángel Padrón insinúan la aparición de un cuerpo o la presencia casi invisible de una figura, acaso porque el secreto del origen de la vida se encuentra inseparablemente unido al destino de las formas celestes.


Figuras celestes sólo entrevistas por los ojos del artista noble de espíritu. Paraísos cerrados para muchos, jardines abiertos para pocos.


Ángel Padrón y Améedé Ozenfant, juntos subidos en la grupa de los caballos de Apolo.



1. Imagen nº 1: Ángel Padrón, óleo sobre table, 19 x 24 cm., 2008.
2. Imagen nº 2: Amédée Ozenfant, "Nuit", 27 x 35 cm.,1929.

domingo, 3 de febrero de 2013


Pepa en su sala de máquinas




En el número 7 de la calle El juego, en La Laguna (Tenerife) se encuentra la Sala de Máquinas. Es un espacio pequeño, pero suficiente para encontrar en él desde una aguja a un elefante. Allí el objeto que buscamos, la novela que siempre quisimos leer y que aún no hemos comprado, la delicada miniatura que alguna vez soñamos tener sobre los anaqueles de la biblioteca; el objeto de utilidad desconocida; el fetiche reconfortante, ese que nos redime del lamentable sopor de los domingos por la tarde o que colma algún deseo insatisfecho. Acaso el juguete que añoramos cuando niños, la diminuta cajita que por alguna razón desconocida se coloca frente a nuestros ojos como por arte de magia.


Un montón de cosas. 


Pepa manejando el timón en su sala de máquinas, entre libros y reliquias, en su apogeo. Entre objetos raros y extraños artilugios de funcionamiento simbólico. Es la utilidad de lo inútil: objetos poéticos que escapan a la cárcel de su función cotidiana, ahora con la misión de embellecer el alma de quien los adquiere. Sí, objetos que son auténticos poemas visuales; artefactos poéticos sólo para entendidos en cuestiones del corazón.




Siempre hay un objeto que nos aguarda en la esquina de la Sala de Máquinas; un objeto diminuto y olvidado, una miniatura que requiere de unos ojos que la miren o de unas manos suavemente  acariciadoras. Un galán de noche donde colgar los ropajes del alma. Un libro o cuaderno olvidado y, sin embargo, demasiado importante como para dejarlo caer en las silenciosas manos del olvido. El barquito de juguete; la mascota de peluche o porcelana; la jaula con campanilla; una naturaleza muerta; las fotografías y postales antiguas; el cuaderno de anotar la lista de la compra; el tamborcillo. Y también el objeto que no volveremos a ver, ese que sigue su destino de cosa que pasa inexorablemente, adquirida por un desconocido en el último momento, y que nos deja un vacío imposible de llenar.


Todo lo que buscamos: lo mismo grande que pequeño.


Pepa en su casa y ella en la de todos. Sus libros usados esperan completar, algún día, los anaqueles a medio vestir de las bibliotecas más selectas.




Desde la calle contemplamos a Pepa en su sala de máquinas, silenciosamente entusiasta, entretenida con el trajín de los papelones, distraída en la colocación de los últimos títulos de libros viejos, charlando, manejando el timón de su sala de máquinas.

[http://librosalademaquinas.blogspot.com.es]