domingo, 19 de mayo de 2013

Robert Adams, fotógrafo




Hoy se clausura en Madrid la exposición El lugar donde vivimos, de Robert Adams (New Yersey, 1938), un proyecto comisariado por Jock Reynolds y Joshua Chuangha, y producido por el MNCARS en colaboración con la Yale University Art Gallery. El lugar donde vivimos ha reunido una selección retrospectiva de los trabajos fotográficos que Robert Adams realizó sobre el Oeste americano a lo largo de más de cuarenta años. Adams ha sido, como pocos, un testigo privilegiado de la belleza que conservan aquellos parajes y llanuras, bosques y extensiones de tierra que se alargan infinitamente hasta llegar a confundirse con el cielo. Son, a un tiempo, prisión para el ojo y evasión infinita. Extrema levedad de la mirada, perdida en la ventisca o en una nubecilla que pende en los celajes. El afuera puesto en todo.


Solemos definir las llanuras por lo que falta en ellas, y consultamos los mapas par saber hasta dónde tendremos que conducir para encontrar alguna cosa: las montañas del Oeste o las ciudades del Este. A fin de cuentas, ¿para qué sirven los trigales, los puebluchos y el cielo?

En este paisaje el misterio es una certidumbre, una certidumbre elocuente. Silencio por todas partes: silencio en el trueno, en el viento, en el canto de las palomas, incluso el silencio de la puerta de una furgoneta al cerrarse. Cuando cruces las llanuras, abandona la carretera secundaria donde pasear; escucha. ["Las llanuras", Robert Adams]




Las fotografías de Robert Adams, detenidas en cada cosa, como un vivo agradecimiento a la vida. Adams persigue robarle a la realidad un puñado de imágenes para subrayar lo que han visto sus ojos. Su cámara convierte en oro todo lo que toca y encuentra belleza en cualquier cosa: lo mismo las llanuras que los bosques o las aguas del pacífico; los desiertos que los asentamientos urbanos. Pero también la tala de un bosque, que da buena cuenta de la destrucción de aquel paisaje: sus fotografías -en series como Eden, The New West o What we bought- ponen en imágenes el deterioro y la destrucción del espacio natural, en el difícil equilibrio entre el desarrollo de las ciudades y la conservación de la Naturaleza. Y al tiempo que muestra la belleza, denucnia ante la vista de todos la sórdida realidad de muchos parajes, hablando un lenguaje que nos es por todos conocido.


Más del noventa por ciento de los bosques originales del Noreste americano han sido objeto de la tala indiscriminada al menos en una ocasión. Los enormes tocones que aparecen en estas fotografías son los vestigios de bosques primarios en los que los árboles, por regla general, tenían más de quinientos años. Los tocones pequeños son lo que queda de un monocultivo "cosechado" recientemente, un bosque industrial que crece gracias a los fertilizantes artificiales y a los herbicidas selectivos, y que se tala cuando los árboles aún son muy jóvenes. [Robert Adams]



Charles Baudelaire, la vie antérieure




Siempre me he tenido entre mis preferencias la versión de Léo Ferré del poema "La vie antérieure", que Charles Baudelaire incluyera en su libro Les fleurs du mal.

No hay palabras; absolutamente extraordinaria.

http://www.youtube.com/watch?v=VvIIoNmTidM



jueves, 16 de mayo de 2013


Ojos de José Herrera




José Herrera ha expuesto en el Colegio Público Las Mercedes (Tenerife), recientemente, una breve selección de obras sobre papel e instalaciones con técnica mixta. Escolares, padres, amigos y vecinos; muchos han acudido a la cita para acompañar a Herrera en esta experiencia inédita que exige no poca generosidad por parte del artista, quien de forma totalmente libre ha compartido con los alumnos de aquel centro escolar su experiencia como escultor y artista plástico.


En este tipo de iniciativas, la convivencia y la entrega compartida es el único intercambio o trueque posibles. El artista responde a las preguntas que los niños del colegio formulan sobre sus obras textiles, sobre sus esculturas y dibujos. Son meros interrogantes; preguntas sencillas que todo lo cuestionan y que acaso obligan al artista a formularse a sí mismo el porqué de su lenguaje.




Ojos arco-iris, estos dibujos de José Herrera.  Constelaciones de mil colores y tamaños, cuelgan del techo como crisálidas que esperan florecer en la nueva luz de la mañana. Ojos que van abriéndose; cuerpos que esconden en su interior una nueva epidermis y que despiertan a la luz entrevista de las persianas de un colegio idéntico a aquél en el que alguna vez jugaste.


José Herrera dibuja ojos abiertos como heridas o interrogantes o diminutas puertecillas que abren ante nuestra mirada el enigma de su propia representación.






[José Herrera (de rojo) junto algunos de los visitantes a la muestra].

miércoles, 1 de mayo de 2013

Gervasio pinta Conca 




Ya ha estado Gervasio pintando la CONCA. Mira que se lo hemos dicho cien veces: que suelte el pincel, pues con poco le asalta la rabia y le da por pintar sus metáforas del caos.


Nunca se sabe la cola que traerán sus dibujos. Al pasar por la vieja Plaza de la Pila -así debió llamarse en otro tiempo-, ahora tan nueva y tan adornada con flores, junto a las sombras dechiriquianas de la Torre de La Concepción, en la Laguna, probablemente encontraremos al artista Gervasio Arturo -lápiz en una mano y pincel en la otra- dibujando sobre una puerta-garaje de la galería de arte CONCA. No se sabe muy bien lo que pinta Gervasio cuando pinta, porque sus obras irradian esa atmósfera inquietante en la que todo, absolutamente todo, es susceptible de ser otra cosa; escenas en las que cualquier metamorfosis es posible.




Un mural de descarados y curiosos personajes, asomados en tropel a la vía pública, escandalosos y atrevidos, practicando el voyeurismo desde sus efímeras existencias a la intemperie.




Gervasio pinta mientras es observado por la mirada sorprendida de los paseantes que van y vienen de un lado al otro, de una calle a otra. Se diría que de su paleta van apareciendo personajes de forma espontánea, apresurados, emergentes, casi por acumulación. Su mano, paso a paso, va creando un bosque de muecas y miradas, un matorral de ojos que observan a todo el que pasa y del que nadie queda indiferente.


Los personajes de Gervasio Arturo van llegando; aparecen sin previo aviso. Quieren colarse por la puerta grande, y pareciera que asoman un tanto la cabeza buscando un lugar entre las cosas, con el firme propósito de hacerse un hueco y colarse definitivamente en el paseo urbano.