Oramas, en su luz
[Andrés Sánchez Robayna, Jorge Oramas o El tiempo suspendido, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2018].
La editorial Galaxia Gutenberg ha publicado
recientemente Jorge Oramas o El tiempo suspendido, un largo ensayo
dedicado a un pintor breve como lo fue Jorge Oramas (1911-1935); o no tan
breve, como viene a demostrar el escritor Andrés Sánchez Robayna a lo largo de
los veintitrés capítulos que van desgranando, paso a paso, distintos aspectos
de la obra del pintor grancanario. Secciones o estancias críticas que abren una
ventana hacia el carácter enigmático de una pintura que, aun considerando el
corto espacio de tiempo con el que contó —desde el ingreso del artista en la Escuela
Luján Pérez en 1929, hasta su prematura muerte en 1935—, no ha dejado de
sorprendernos por la fascinante intensidad de sus misteriosas imágenes y su
luminosidad de inquietante sosiego.
El libro que nos brinda Sánchez Robayna está escrito
desde la meditación continuada sobre aquella pintura. Su autor nos advierte
desde las páginas iniciales de algo que, inmediatamente, constatará el lector.
No se trata de una monografía al uso, ni siquiera de un manual sobre pintura;
menos aún de una aproximación a la obra de Jorge Oramas desde la historia del
arte o la historiografía. Lo que las páginas de este libro proponen es una
interpretación abierta y sagaz, formulada desde la experiencia poética y (en
parte) la filosofía de la imaginación material, en el propósito de llevar al
territorio verbal la esencia de las imágenes pictóricas. En efecto, los
paisajes y retratos que traslada al pincel Jorge Oramas se nutren del lugar y
del tiempo que le tocara vivir, si bien en su mirada llegan a convertirse en lo
que al autor del libro denomina “escenas primordiales”, imágenes arquetípicas
del paisaje insular que, como tales, abandonan su condición de obras apreciadas
solo por unos pocos para tomar el lugar que les corresponde dentro del
imaginario cultural y colectivo, es decir, dentro de los “universales” de la
sensibilidad y del espíritu. La pintura de Jorge Oramas —el pintor niño, el
autodidacta, el aprendiz de barbero, el alumno de la Escuela Luján— traspasa el
ámbito de su secreta orfandad para devenir pintura que nos concierne y nos
habla desde su eterno presente continuo. Es, como apunta Ramón Feria en su
ensayo de interpretación crítica Signos
de arte y literatura (1936), “la más fina objetivación del paisaje insular”.
Un poco antes (1993), el escritor Agustín Espinosa había señalado que “Oramas tiene
como nadie ha tenido en Canarias el sentido de la luz y del color de nuestra
naturaleza atlántica”.
Jorge Oramas o El tiempo suspendido es, desde todos los puntos de vista
posibles, el resultado de una prologada reflexión —“una lenta sedimentación de
sus imágenes”— sobre una pintura de la que el autor confiesa haber tenido
noticia desde muy joven y que ha sido un referente ineludible en su aventura creadora
y crítica. Conviene señalar, en este punto, el hecho de que el pensamiento
crítico sobre poesía y pintura ha sido una constante en la obra ensayística de
Sánchez Robayna, quien en su amplia trayectoria, además de dar a la luz varios
títulos sobre el Siglo de Oro español, como su conocida monografía sobre la
poetisa Sor Juana Inés de la Cruz (Para
leer ‘Primero sueño’, FCE, México, 1991) o sus estudios sobre la
significación y el alcance de la poesía barroca en Silva gongorina (Cátedra, Madrid, 1993) o el reciente Nuevas cuestiones gongorinas (Biblioteca
Nueva, Madrid, 2018), entre otros muchos trabajos, el autor se ha preocupado,
con una notable sagacidad interpretativa, por el estudio de los signos de la
cultura contemporánea. Tan solo le bastará al lector asomarse a las páginas de
libros suyos como La luz negra (Júcar, Madrid, 1985) —allí encontramos
textos sobre las obras de Paul Klee, Antonio Saura, Ernesto Tatafiore o J. G. Dokoupil—;
o bien a la recopilación de ensayos La sombra del mundo (Pre-Textos,
Valencia, 1999), donde junto a los textos sobre algunas de las voces poéticas
más significativas de la historia de la literatura, encontramos ensayos que
interpretan la obra de indiscutibles protagonistas en la construcción de la
cultura moderna; a saber, los artistas Joan Brossa, José Manuel Broto, Joan Hernández
Pijuán, Vicente Rojo, Salvo o el mismo Jorge Oramas.
Sin duda, hoy por hoy, es un hecho innegable que la
obra de Jorge Oramas ocupa un lugar de excepción en la historia de la pintura
española de vanguardia del siglo XX, aun a pesar de su tibia recepción crítica
y su escasa presencia en las grandes colecciones públicas de arte español del
siglo XX. Claro que la exposición producida por el MNCARS y CAAM en 2003,
comisariada por Juan Manuel Bonet bajo el título de José Jorge Oramas, metafísico solar, vino a paliar, en parte,
aquella deuda histórica, aquel inexplicable olvido. Indagaciones en la obra
oramasiana que venían a sumarse a los trabajos aportados por Josefa Alicia
Jiménez Doreste o los escritos sobre pintura canaria de Fernando Castro, quien
denomina a Oramas, refiriéndose la pureza de su estilo, “el más raro de los pintores
que las Islas han dado”. Por supuesto, a estos esfuerzos de aproximación a la
obra de un pintor fundamental en la tradición de la pintura canaria debe
sumarse la propuesta de contextualización dentro del marco de la pintura
española realizados por otras voces críticas, entre las que citaremos, entre
otros, a Orlando Franco, comisario de la exposición Irradiaciones de Oramas, muestra
producida La Caja de Canarias en 2008.
Se ha señalado el hecho de que la obra de Jorge Oramas
forma parte de un modo peculiar de ver y de entender el mundo, dotando a la
pintura española de una dimensión metafísica y de una sobreiluminación
cromática sin precedentes. Este nuevo ensayo de interpretación sobre el alcance
de la obra del pintor grancanario, Jorge
Oramas o El tiempo suspendido, plantea interrogantes sobre cuestiones
cruciales en el ámbito de una pintura que se resiste a ser definida dentro del
mero género de la pintura de paisaje o del retrato al uso, pues abre nuevas
escalas en lo real en virtud de su aspiración constructiva, su extraño
esquematismo y su calidad iluminante en beneficio de un imaginario pictórico
que parece conducirnos hacia lo que el autor del libro denomina “el ámbito de
las imágenes primitivas e inconscientes”. Con todo, las sucesivas secciones de
esta monografía han sido compuestas de la misma manera a como se articula un
texto poético; esto es, no aportando conclusiones o soluciones definitivas,
sino interrogantes sobre algunas de las incógnitas que la obra del pintor
suscita. Entre ellas, la ausencia de evolución en una obra que pareciera
obedecer a un mosaico de fragmentos de una única gran pintura sin referencias
ni fechas, a la manera de variaciones musicales; la lectura simbólica del
estatismo o la presencia de formas pétreas en la construcción de las escenas
oramasianas; el sentido de lo “diurno” en una pintura alentada por la ilusión
de un mediodía perpetuo; la peculiaridad de la limpieza expresiva de una
pintura esencialmente cromática; el peculiar uso de la sombra —una sombra que
ilumina— en su pintura; o la ausencia de espacios interiores en su pintura en
armonía con la plenitud que proporciona el espacio abierto. El autor del libro
aborda, asimismo, la peculiaridad de la noción de paisaje en el caso de la pintura de Oramas, alimentada por un
acentuado esquematismo —“abreviatura visual” lo denomina el autor—, o las formas
ascensionales, verticales, como ocurre en sus composiciones de rocas y pitas,
riscos, montañas, palmeras y otras composiciones que se nutren de un
singularísimo uso del lenguaje pictórico moderno, y que tanto nos recuerda a
las cuentas y reflexiones de un joven Andrés de Lorenzo-Cáceres —protagonista,
al igual que Espinosa y que el propio pintor, de la generación de la vanguardia
canaria— al referirse al “paisaje espiritualizado” y “verticalmente lírico”,
como uno de los signos característicos propios de la pintura —y de la poesía—
de los creadores insulares de principios de los años veinte y treinta del
pasado siglo.
Sin duda, una de las cuestiones centrales del libro tiene que ver con las distintas variantes y expresiones de la luz en la pintura de Jorge Oramas; esto es, la alianza entre la luz y la geometría en pinturas bien conocidas como lo son las dedicadas al Barrio de San Nicolás o a las escenas de Marzagán; también en Aguadoras —quizás uno de los cuadros más reproducidos y citados—, perteneciente a las colecciones del CAAM de Las Palmas de Gran Canaria. Es en este mismo sentido en el que el Sánchez Robayna subraya hasta qué punto en la pintura de Oramas “todo está en un interminable mediodía del ojo”, pues en su obra —subraya— “la luz no ciega: talla. Al hacerlo, esta realidad iluminada parece reenviar esa luz a otro lugar, mediante un sutil proceso de selección y reducción de datos, una estructuración de rara economía y equilibrio. Esa luz nos parece iluminante porque, a través de la operación pictórica, las imágenes no se limitan a recibir la luz, sino que al mismo tiempo la conducen hasta otro tiempo, un tiempo suspendido. El instante se eterniza. El acto de seleccionar, reducir, equilibrar, ordenar —esencial en esta pintura—, constituye en sí mismo un acto creador, una operación iluminadora, dadora de luz”. Se trata, en efecto, de una indagación de la luz y de la sombra aplicada sobre la materia del mundo; el movimiento de sístole y diástole de una pintura en la que la luz aporta volumen, define y hasta talla las figuras evocadas en la construcción del espacio visible, y que, en opinión de Sánchez Robayna, pareciera hablarnos del enigma que se esconde tras la propia realidad física; es decir, de la extrañeza de la propia existencia vivida como una exaltación de un presente que, en el escenario cromático de sus escenas rurales o urbanas, se vuelve eterno.
Sin duda, una de las cuestiones centrales del libro tiene que ver con las distintas variantes y expresiones de la luz en la pintura de Jorge Oramas; esto es, la alianza entre la luz y la geometría en pinturas bien conocidas como lo son las dedicadas al Barrio de San Nicolás o a las escenas de Marzagán; también en Aguadoras —quizás uno de los cuadros más reproducidos y citados—, perteneciente a las colecciones del CAAM de Las Palmas de Gran Canaria. Es en este mismo sentido en el que el Sánchez Robayna subraya hasta qué punto en la pintura de Oramas “todo está en un interminable mediodía del ojo”, pues en su obra —subraya— “la luz no ciega: talla. Al hacerlo, esta realidad iluminada parece reenviar esa luz a otro lugar, mediante un sutil proceso de selección y reducción de datos, una estructuración de rara economía y equilibrio. Esa luz nos parece iluminante porque, a través de la operación pictórica, las imágenes no se limitan a recibir la luz, sino que al mismo tiempo la conducen hasta otro tiempo, un tiempo suspendido. El instante se eterniza. El acto de seleccionar, reducir, equilibrar, ordenar —esencial en esta pintura—, constituye en sí mismo un acto creador, una operación iluminadora, dadora de luz”. Se trata, en efecto, de una indagación de la luz y de la sombra aplicada sobre la materia del mundo; el movimiento de sístole y diástole de una pintura en la que la luz aporta volumen, define y hasta talla las figuras evocadas en la construcción del espacio visible, y que, en opinión de Sánchez Robayna, pareciera hablarnos del enigma que se esconde tras la propia realidad física; es decir, de la extrañeza de la propia existencia vivida como una exaltación de un presente que, en el escenario cromático de sus escenas rurales o urbanas, se vuelve eterno.
Jorge Oramas llega muy lejos en la composición de sus
retratos. La práctica de este género abre otra de las secciones del libro,
especialmente sus autorretratos (se conocen tres hasta el momento), en el
llamativo diálogo entre figura, espacio, cuerpo y entorno que plantean estas
piezas. No en vano, fue Sánchez Robayna quien diera a conocer la única
fotografía personal de Oramas conocida hasta hoy, concretamente en un artículo
publicado el 24 de octubre de 1981 —hace casi cuarenta años— en las páginas de Jornada Literaria con motivo del setenta
aniversario del nacimiento del pintor. De autor desconocido, esta fotografía
destaca, curiosamente, por su aire constructivista o casi neoplasticista, muy
acorde con la estética de la vanguardia del momento. En este mismo sentido, nos
resultan de especial interés los capítulos dedicados a lo que el autor del
libro denomina la “relación oblicua o indirecta” que la obra de Oramas establece tanto con la llamada “pintura
metafísica” como con los supuestos de la Nueva Objetividad alemana o el rappel à l’ordre del arte europeo de
entreguerras. En efecto, realiza un análisis minucioso de los principios de
estos movimientos artísticos de vanguardia en los que, con cierta facilidad,
suele insertarse la obra del pintor grancanario, y establece los puntos de
encuentro con estas tendencias, pero cuestionando, asimismo, los puntos de fuga
y el distanciamiento que hacen de la depuración plástica oramasiana y su
materialidad lumínica un capítulo de excepción: onirismo metafísico frente a
presencia y corporeidad de las figuras en Oramas; realidad crepuscular frente a
la plenitud de un mediodía casi hiriente para la visión; perspectivas
fantasmales, frente a esquematismo y limpieza compositivas; ausencia de la
figura humana frente a la corporeidad del hombre y la mujer insulares;
intemporalidad enigmática frente a la afirmación del instante; misteriosa oscuridad
frente a la consagración de la luz como materia pictórica... Así pues, la tesis
de este ensayo afirma la singularidad del pintor grancanario dentro de los
movimientos de las vanguardias artísticas del siglo XX.
Por último, conviene señalar que este nuevo libro
publicado por Galaxia Gutenberg aporta una selección de medio centenar de imágenes
a color de entre las pinturas que, hoy por hoy, conocemos de Oramas, a las que
se suman no solo las láminas de algunas piezas
hasta la fecha desconocidas, sino también las reproducciones de varias
obras de pintores contemporáneos de distintas procedencias estéticas con las
que la obra de Oramas establece vasos comunicantes, correspondencias y
analogías constructivas, como lo son Giorgio Morandi, Theo van Doesburg,
EtelAdnan, Milton Avery, Salvo (Salvatore Mangione), Roger Mühl o Luis Palmero.
En la suma de todos los aspectos analizados, el autor del
libro es consciente de que el tema crucial de la pintura de Oramas no es otro que
el del propio espacio pintórico; o sea, no la mera reproducción de elementos y
signos del paisaje, sino la invención de su propio espacio autónomo, la recreación
de una realidad distinta, abierta a un intenso cromatismo como una de las
formas más potentes de la manifestación de la luz que deviene expresión del
tiempo detenido, un “mediodía perpetuo”, un instante incesante y pleno; esto
es, el “tiempo suspendido” en la
pintura de Oramas.
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