jueves, 18 de agosto de 2022

El viejo y la montaña


El hombre subía cada jueves por el camino de la montaña. Al final del sendero que conduce hasta la charca, hay unas piedras en forma de asiento para contemplar la inmensidad del valle. Allí se sentaba. Lo acompañaban dos perros. Uno blanco y, del color de la noche, el otro. Desde allí oteaba las formas elevadísimas de las montañas del valle, con sus narices puntiagudas hacia arriba, como agujas en media luna o picos de loros invertidos. ¿Qué pensaba aquel hombre? ¿Qué cosas le importaban en ese preciso instante en el que llegaba a las medianías y se sentaba sobre la piedra, junto a los perros? ¿Qué cosas lograba divisar desde allí? ¿Recordaba, aquel hombre, paisajes similares, quizás de su niñez o de su adolescencia? ¿Era, la mirada, un salvoconducto que unía pasado y presente y permitía viajar a través de los tiempos? Mirada núcleo, mirada crisálida, mirada espejo. Todas las formas del presente posibles le remitían y conducían hacia otra estancia en el tiempo. Y él era lo contemplado.







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