jueves, 7 de enero de 2010

Estelas




Esa costumbre de tomar algunas fotografías de lugares comunes, escogidos casi al azar, y que el azar -también el deseo- transforma en imágenes caprichosas y obstinadas, en estampas de uno u otro lugar, casi capturadas en un instante alucinado e irrepetible, de camino hacia alguna parte. Y cualquier momento es propicio, pues sabes que siempre te encuentras en camino hacia algún lugar, incluso cuando permaneces inmóvil. Tomas, pues, algunas fotografías de un paisaje sencillo y accesible. El mar, sin embargo, muestra esta noche uno de sus rostros más inquietantes. Es un azul distinto al acostumbrado -piensas-, éste que ahora contemplas y persigues con tu objetivo, mientras reparas en la claridad que provoca la luz nocturna sobre las arenas y las aguas. No estás solo en la playa, aunque hace ya rato que el reloj marcó las doce. Hay gente que va y viene desde uno y otro lado. Te es casi imposible distinguir los rostros con precisión; podría tratarse de cualquiera. Aunque lo intentases nunca podrías llegar a saber el nombre de quien recorre el margen de la orilla.




Como en esa vieja canción del tajaraste, haces una raya en la arena, por ver el mar dónde llega.

La brisa nocturna te golpea las sienes hasta sentir un suave mareo. La noche se va abriendo poco a poco sobre sí misma, y va dejando paso a una claridad peculiar e irrepetible. Sabes que aunque volvieses cientos de veces a este mismo lugar y a la misma hora, no volveríamos a contemplar estas formas caprichosas y por siempre efímeras que brotan desde la espuma para luego desvanecerse en cuestión de segundos, una y otra vez, recomenzantes.

Todos -también tú- querrían saber cuál es el sentido último de la palabra deseo.



Espuma blanquísima la de esta agua, clara en la oscuridad de la noche.

Pienso, inevitablemente, en unos versos del poeta Luis Feria que, sin duda, esta visión nocturna del mar ha provocado. En su libro Arras, un breve texto que resume en pocas palabras ese sentimiento de extrañeza, misterio e inexplicable sobresalto ante su contemplación:

El mar me abre ventanas misteriosas;
aunque coja su rosa nunca cojo su rosa.

4 comentarios:

  1. Nunca nos da su rosa el mar, pues nada en él permanece ni dura; todo es cambio; sus espumas están haciéndose, deshaciéndose y rehaciéndose a cada momento. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río –ni en el mismo mar, debería haber añadido Heráclito. El mar sólo es constante en su variabilidad.

    Un abrazo.

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  2. Gracias, amigo Ramiro (apunto he estado de llamarte "divino Orfeo") por tus siempre oportunos comentarios. Qué mar tan solo, sin ellos.

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  3. ...¿Cuál es el sentido último de la palabra deseo?

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  4. gelatina de plata22 de enero de 2010, 4:49

    También esa pregunta robota como un eco dentro de mi cabeza...

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