viernes, 30 de julio de 2010

Sobre el dibujo de Julio Blancas, el bárbaro (I)



Manchas por todas partes: en la pared, sobre la mesa, en los zapatos, sobre el cuerpo. Manchas color azabache sobre los párpados desnudos, sobre los pies desnudos, sobre la tierra desnuda. Manchas fósiles que hacen aparecer ante nuestros ojos imágenes de un tiempo sin edad. Espejismos, blasones, atlántidas.

Nudos, hilos, tegumentos que se entretejen como constelaciones en fuga; cabellos entrelazados color azabache, como fuegos artifiales imperceptibles en el cielo nocturno.



El color del vértigo, el no-color, el color de las grutas sin sentido de lo ignoto; el color de la masa de color de una nebulosa. El color blancas.




Los que visitan el estudio de Julio Blancas saben que se adentran en la guarida de un gigante: Cíclope taciturno que regresa de librar batallas mitológicas.

Julio Blancas dibuja lo que dibuja sin saber muy bien qué demonios está dibujando y por qué nuevos caminos le llevarán los trazos venideros. ¿Será, Julio Blancas, la personificación del genio -a punto he estado de decir "bárbaro"- kantiano?

Un niño encuentra sobre una roca oculta entre tabaibas, en la montaña, signos indescifrables. El niño repasa con sus dedos el sentido de los trazos sobre la piedra, introduciendo la yema de su índice entre los cauces irregulares que ha dejado el tiempo. El muchacho retiene en su memoria las inscripciones. Luego, al volver a la casa, toma sus lápices de colores y dibuja el movimiento de las alas de un pájaro, el balanceo de las ramas de un árbol en medio de una tormenta, la sombra de una montaña sobre el paisaje. Hasta que, al fin, comienza a dibujar la misma imagen fósil que vio en la roca, e intenta comprender.



Los lápices color azabache con los que dibuja Julio Blancas están hechos de la materia gris de un bosque jurásico, extinguido hace doscientos millones de años. Nadie sabe, en verdad, dónde consigue Julio Blancas sus provisiones. Acaso obtiene con gesto primitivo el grafito suspendido, estalactito, de las paredes de cavernas innombrables.

Imagino a Julio Blancas subiendo y bajando escaleras interminablemente, pasadizos, corredores que comunican bajo tierra en busca de su mina de grafito. Lo imagino abriendo túneles, trasladando piedras preciosas en viejas y chirriantes vagonetas hasta dar con la munición que habrá de alimentarlo durante los próximos meses.

Dicen los entendidos que pocas veces se logra ver de cerca, sereno, a un Cíclope, pues la ebriedad de los soles delirantes ciega su solo ojo hasta que cae rendido, preso de imágenes obsesivas y mundos alucinantes.

Si estás en una fiesta y ves entrar a Julio Blancas avanzando entre la multitud, echa a correr, cual Acis, el desdichado. Huye si puedes de la obsesión de sus nudos gordianos, de su cabellera titánica, de sus trapecios arrojadizos.



Repetir el mismo gesto cientos de veces hasta que la punta del lápiz se adecúe a la manera de perder grosor en frotaciones contra la superficie, como animal impetuoso que fecunda a su víctima hasta el agotamiento. Frotar, rasgar, retorcer, envestir, apurar, frisar, escupir en todas direcciones... explosión en cientos de trazos delirantes hasta alcanzar el control final del último gesto.

Mira las líneas de tus manos inscritas a cada paso que das sobre la tierra, sobre las palmas que acarician los celajes, sobre las estampidas del mar, sobre tus ojos ciegos.

Hacia donde quiera que gires la cabeza sólo encontrarás el destello de cien constelaciones.

Tenebrosa noche, la del caminante que cae en sus redes, por siempre ya condenado al extravío. Sin muros ni setos, el dibujo de Julio Blancas se convierte en efectivos laberintos, en losas de soledad y silencio, en huellas de una escritura indescifracle.


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1. De izquierda a derecha: Julián Zugazagoitia, Julio Blancas, Juan Carlos Batista, en casa del artista, contemplando "nudos gordianos". Otoño de 2008.
2. Sin títuto, grafito sobre parabólica, 110 x 100 cm.
3. Parabólica, grafito sobre aluminio, 102 x 93 cm.
4. Juan Carlos Batista, Julián Zugazagoitia, Isidro Hernández y Julio Blancas, en el estudio del artista, contemplando parabólicas y obras sobre papel de gran formato. Otoño de 2008.
5. De la serie Nudos gordianos, grafito sobre aluminio, 23 x 23 cm.

4 comentarios:

  1. Esa sugerencia, la del artista internándose por cuevas o cavernas o galerías en busca de la materia oscura de su arte o de su alquimia, a través de corredores inextricables en el interior de la tierra, me ha recordado una extraña novela del uruguayo Mario Levrero: "El lugar". Me ha gustado tu texto, incisivo, jovial y desatado, es decir, auténtico. Un saludo.

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  2. Realmente encuentro estos comentarios sobre el pintor en cuestión (que no conozco o que no conocía) muy acertados y en sintonía con una forma de hacer crítica distinta; una especie de crítica por aproximación o empatía que me parece bastante acertada.
    Felicidades.
    Un lector desconocido.

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  3. No me gusta Julio Blancas.

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  4. Tanto Julio Blancas y su obra parecen ser a primera vista, escurridizos y en ocasiones desconcertantes.

    No te imaginas que el autor haga esa obra. Tiene razón el aprendiz al incluir el calificativo de bárbaro en su descripción. Se nos aparece como un ser casi temible...
    y sus apariciones no dejan de tener algo de personaje legendario cargando su saco de mitos.
    En sus obras, todo aquello desaparece y deja paso a una contemplación ensimismada en sus apretados, negros, y pacientes trazos.

    Sin duda, Julio Blancas apartado de "escuelas", está realizando un trabajo que esperemos logre romper la orilla aislante de las islas.

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