jueves, 23 de junio de 2011

El gran circo (II)












Toda la tarde en el gran circo. Feriantres y turistas de tristes modos fotografían la heredad del sol hasta el agotamiento, contemplan desolados malpaíses.





Aquí, en el gran circo, el tiempo se condensa en un soplo de aire. Sientes la presión en tus pulmones y el pulso se arredra más despacio, como para recordarte has de regresar solo, entre el silencio sobrecogedor de las piedras y las arenillas blancas.





La espiga en flor del tajinaste rojo, estilete solar que marca el ritmo de tu corazón como marca el pulso zigzagueante del vuelo de los insectos libadores de néctar.











Mira las altas torres, las murallas, las lápidas afiladas e hirientes, las arrugas del paisaje.





Robé con la mirada un manojo de frescas margaritas, violadas para ti. Si miras a mis ojos sabrás del color de sus pétalos-pupilas.











La mirada puesta en todo y el sol desafiante e hiriente quebrando la mirada hasta el mareo o la fatiga.





Imaginas los ríos caudalosos, las fuentes que en otro tiempo debieron cursar el corazón de la tierra. Sientes el fluido de las galerías sobre las que debes estar caminando ahora, los recovecos subterráneos sólo visitados por insectos ciegos.





Imaginas todo lo imaginable en ese instante en el que el sol te golpea con tanta violencia que agachas la cabeza en señal de hastío.





Todo la tarde en el gran circo, como quien se asoma a un caleidoscopio de maravillas celestes.



No hay comentarios:

Publicar un comentario