Amanece en la montaña y todo es nuevo para mis ojos. Una luz incendiaria peina las tabaibas, los cardones que trepan hacia arriba y hacia lo alto ascienden. Se escucha a lo lejos ladridos de perros. Y algunos pájaros escondidos entre los arbustos. Se escucha, también, el canto aserrado de algunos insectos. Están todos ahí, aunque no puedas verlos, como en un teatrillo diminuto y sonoro, en el que cada cual interpreta una cadencia desordenada y frágil. Escúchalos; ahí están, celebrando la gracia del comienzo de un nuevo día.
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