jueves, 3 de octubre de 2019

El paisaje se hace en el poema.


[José Corredor-Matheos, El paisaje se hace en el poema, Fundación Ortega Muñoz, Edición de Jordi Doce, Badajoz, 2019].



La Fundación Ortega Muñoz ha publicado recientemente El paisaje se hace en el poema, una recopilación de algo más de ochenta textos poéticos del escritor José Corredor-Matheos, sin duda una de las voces imprescindibles, hoy, en la poesía escrita en lengua española. Este cuaderno de poemas presenta textos de diferentes libros; es, a su manera, una cuidada antología que nos retrotrae a títulos tempranos como Ahora mismo (1953 - 1960) y Poema para un libro nuevo (1960 - 1961); hasta otros mucho más recientes que, a la postre, han merecido el beneficio de la crítica y el reconocimiento de los lectores, pues se trata de auténticos paradigmas de su escritura última; referencias imprescindibles en cualquier aproximación a nuestra poesía actual. Hablamos, por supuesto, de El don de la ignorancia (Premio Nacional de Poesía, 2005) y Un pez que va por el jardín (2007). La visión sosegada de la Naturaleza y la contemplación meditativa desde el paisaje son los vasos que se comunican y aportan coherencia a la selección de los ochenta y seis textos que componen esta hermosa edición al cuidado del también poeta, traductor y crítico, Jordi Doce. 
Leída así, en su conjunto, y desde una perspectiva que abarca lo mejor de su poesía, caemos en la cuenta de que José Corredor-Matheos ha ido muy lejos en el ejercicio de síntesis y condensación de su escritura. Una tarea que ha sometido a su poesía a un proceso de delgadez extrema en la que sobra casi todo; entiéndase bien, todo lo que no tenga que ver con los andamiajes, simples, modestos del espíritu y su entrega al mundo natural circundante, sin dramatismo ni gesticulación; más bien partícipe de una aceptación del devenir natural de las cosas, o una renuncia de cualquier tipo de aspiración que no se formule en el simple hecho de estar aquí y ahora, en un presente volátil y huidizo que, sin embargo, cobra visos de eternidad en sus versos. Así, por ejemplo, el poema dedicado a su amigo Antoni Marí:

La paz que se respira

no es aún el poema.
Sólo la tarde sabe, 
en esta hora incierta,
lo que debes hacer.
Deja, pues, que el poema 
resbale con el ritmo
de la respiración
que sale sin esfuerzo
de la tierra,
del volar de los pájaros.  

A la brevedad de sus composiciones; esto es, a su extensión leve y frágil, se suma la tentativa escasa, la negativa de sus textos por la elección de grandes temas. Las suyas son poesías que parecen haber sido escritas con bien poco: un soplo de viento, el balanceo de algunos árboles, la insinuación de un atardecer, la lenta caída de la nieve, la contemplación del movimiento minúsculo de un insecto o el aleteo ansioso de un ave que alza el vuelo. En cierto modo, la mirada de José Corredor-Matheos se nutre de un estar en el mundo que tiene mucho de lección oriental y cadencia meditativa. Sus poemas han logrado convertirse en efímeros destellos, como la vida misma, en los que cualquier movimiento de la experiencia, por minúsculo y aparentemente insignificante que este sea, se torna vivencia interior. Y así el beneficio de su palabra deviene elogio de la lentitud y la observación. 

Tras la celebración del mundo natural a la que asistimos a cada paso en esta selección de textos de José Corredor-Matheos, late escondida una celebración de la obra pictórica del extremeño Ortega Muñoz, cuya pintura nunca ha dejado de sorprendernos por la contención expresiva de sus campos yertos y sus cañadas desnudas, llevados al lienzo con un instinto visionario y metafísico, a cielo abierto, desprovistos de lo prescindible. También el poeta se muestra a la intemperie de toda tentativa por alcanzar las certezas que le insinúa el mundo circundante; más bien existe en su poesía una aceptación de la renuncia a cualquier tipo de sabiduría o certeza. En efecto, como la pintura de Ortega Muñoz, su poesía ha aprendido a desprenderse de abalorios demasiado pesados, y su palabra a ido menguando hacia un inusitado ascetismo lingüístico o aceptación silenciosa sin ruido, para decirlo con palabras del escritor– de todo, en donde solo cabe acceder al único conocimiento posible: la imposibilidad de todo saber; esto es, el don de la ignorancia; ante la desnuda y sencilla presencia de las cosas. 

Este campo tan ancho 
viste la desnudez
que tú anhelabas.
Mirándolo descubres
lo que eres
cuando logras librarte 
de todas las montañas,
los ríos y los árboles
que impiden ver en ti
más allá del paisaje,
de todos los paisajes.


La suya es la búsqueda de una expresión mínima capaz de traducir la calma de esa contemplación. Su poesía mana de la vivencia de aquel que contempla la existencia desde la atalaya de la madurez.  A su manera, José Corrdor-Matheos sabe que es el poeta oriental de nuestra tradición espiritual hispana. Hay una cadencia sencilla que quiere adoptar el movimiento lento del aire entre las ramas de un árbol; la cresta de la tarde en el horizonte; la sugerencia del perfume de una flor de jardín. Un decálogo de cosas que sostiene su existencia sencilla, ejercida sin ruido. 




[José Corredor-Matheos junto al editorJordi DoceBadajoz, 2018]

No hay comentarios:

Publicar un comentario