28 de marzo
La realidad y el deseo. La mañana penetra en las habitación por entre las persianas del cuarto. Amanece con todo el esplendor de un día claro y limpio de primavera recién estrenada. Sobre el mar en calma la luz juega a los espejos y crea formas decalcomaníacas sobre el agua. Con un espectáculo semejante –piensas– no puede existir confinamiento alguno. Hoy puede verse la isla de Gran Canaria a lo lejos. (Hay días en los que la isla se ve con tanta claridad que casi podría tocarse). La habitación, la ventana abierta hacia el horizonte, la niña dormida, la isla en el horizonte como una ilusión inasible. Siempre que contemplo este paisaje la memoria me lleva hasta el escenario de una pintura de Juan Ismael: Mujer ante la isla (1943). Nada importa si la isla que aparece al fondo no es semejante en ambos casos, pero la escena me resulta cotidiana y encuentro en esa obra extrañas resonancias que unen estos dos mundos.
Abro la ventana para escuchar la percusión del agua sobre las terrazas de la montaña, mientras redacto unas notas sobre el poeta César Moro. Enciendo el aparato de radio y tomo el primer café de la mañana. Siguen dando cifras y sumando cadáveres al escenario dantesco de la pandemia, mientras el mundo sigue girando su danza incomprensible. Mañana será ya fin de semana. Si no fuera por el estado de alarma te acercarías hasta el mercado del agricultor a comprar algunos víveres. La última vez que fuiste ya había entrado en vigor el decreto del Gobierno y en la plaza no había ningún puesto. La atmósfera espectral, desierta, de las calles trazaba el escenario de una pintura metafísica. Por la tarde releo algunos pasajes de Desde la mesa del dibujante, de Alfred Kubin.
La realidad y el deseo. La mañana penetra en las habitación por entre las persianas del cuarto. Amanece con todo el esplendor de un día claro y limpio de primavera recién estrenada. Sobre el mar en calma la luz juega a los espejos y crea formas decalcomaníacas sobre el agua. Con un espectáculo semejante –piensas– no puede existir confinamiento alguno. Hoy puede verse la isla de Gran Canaria a lo lejos. (Hay días en los que la isla se ve con tanta claridad que casi podría tocarse). La habitación, la ventana abierta hacia el horizonte, la niña dormida, la isla en el horizonte como una ilusión inasible. Siempre que contemplo este paisaje la memoria me lleva hasta el escenario de una pintura de Juan Ismael: Mujer ante la isla (1943). Nada importa si la isla que aparece al fondo no es semejante en ambos casos, pero la escena me resulta cotidiana y encuentro en esa obra extrañas resonancias que unen estos dos mundos.
27 de marzo
Abro la ventana para escuchar la percusión del agua sobre las terrazas de la montaña, mientras redacto unas notas sobre el poeta César Moro. Enciendo el aparato de radio y tomo el primer café de la mañana. Siguen dando cifras y sumando cadáveres al escenario dantesco de la pandemia, mientras el mundo sigue girando su danza incomprensible. Mañana será ya fin de semana. Si no fuera por el estado de alarma te acercarías hasta el mercado del agricultor a comprar algunos víveres. La última vez que fuiste ya había entrado en vigor el decreto del Gobierno y en la plaza no había ningún puesto. La atmósfera espectral, desierta, de las calles trazaba el escenario de una pintura metafísica. Por la tarde releo algunos pasajes de Desde la mesa del dibujante, de Alfred Kubin.
26 de marzo
Qué frío hace (al menos a ti te lo parece). Empieza a sentirse la anunciada bajada de temperaturas. Ya no se escucha el zumbido permanente que en los días laborales llega hasta aquí arriba desde la autopista del sur. Es un sonido grave y monocorde; severo y bajo, que en ocasiones oprime con cierta pesantez el panorama que desde aquí se divisa. Casi no siento a los vecinos de las casas colindantes. Cada cual practica el encierro a su manera. Por la mañana trabajo sentado frente al ordenador como cada día. Un amigo te dice que esta nueva forma de relacionarnos va a cambiar las formas de comportamiento en los días venideros. Lo cierto es que todo período de crisis deja tras de sí algunas formas de hacer que se incorporan como lección apremiante a nuestras vidas. Quizás a partir de ahora se supriman las reuniones presenciales o al menos aquellas que impliquen largos desplazamientos. O tal vez comencemos a desconfiar los unos de los otros y acabemos por saludarnos desde lejos. O tendremos que entrar a los cines y a los supermercados con grandes gabardinas protectoras. O se limite y prohiba el cuerpo a cuerpo en los ascensores. Todo es posible. Quién lo sabe. (Tal vez nos convertiremos en espantapájaros sobre algún promontorio). Hoy es el cumpleaños de Emma, así que hemos preparado una microfiesta casera, con muchos globos de colores en la cocina y un montón de pequeñas guirnaldas colgadas donde buenamente se ha podido. Son trece años. Por la tarde, un poco antes de que anochezca subo con las niñas y los perros al camino de la montaña. Llevamos linternas porque sabemos que a la vuelta todo va a estar muy oscuro y vamos a necesitarlas. El vecino de arriba me hace gestos desde lejos y veo que se monta en su coche y alumbra con sus faros nuestro regreso por el sendero. Ha sido algo extraño pero divertido; algo así como una escena de película. Ahora ya es tarde, y yo vuelvo al ordenador para proseguir con varios textos que necesito acabar cuanto antes.
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