4 de abril
Los habitantes del jardín: secretos, ínfimos, diminutos.
3 de abril
El fin de semana llega con nuevos nubarrones. Un gris pálido que tiende al blanco roto o al color espeso de las manchas de agua sobre el papel. Un remolino de matices indefinidos e incoloros que escapan a cualquier descripción más o menos razonable. Pretendo atraparlas con un golpe de lápiz en el cuaderno, pero cuando vuelvo a alzar la cabeza el paisaje es otro y se ha tornado en mácula huidiza e igualmente indescriptible. El azar, que es siempre objetivo, pareciera que me lee el pensamiento y me lleva, mientras trabajo, hasta una fotografía de César Moro en la exposición internacional surrealista de 1940, celebrada en México, en la que el poeta ha sido fotografiado junto a una pintura de Paalen: sus fumages de combates de príncipes saturninos. (Debo pedirle a un amigo que me restaure el escaneo que conservo de la fotografía, porque esta tiene algunas letras pegadas en la superficie de la imagen, por contacto, tal vez, con algún periódico). Paso, como todos los días, acaso demasiadas horas frente al ordenador y siento una fatiga y un picor en los ojos. Y así va transcurriendo la tarde ahí afuera, sin que nada interrumpa el silencio reinante, salvo las clases de violín de Emma, que en estos días ensaya "Por una cabeza", de Alfredo Le Pera y Carlos Gardel. Es uno de mis temas preferido desde niño; una herencia de mi abuelo materno de esas que no pueden lapidarse o borrarse y que habrá de acompañarte toda la vida. A veces, cuando escucho la melodía al violín recuerdo a Don Eduardo en el salón del piso de la calle Bruch, escuchando una y otra vez las mismas canciones. Es algo así como una melodía familiar que viene desde muy lejos, alojada en algún lugar de los pasadizos de la memoria infantil. Cae la noche.
2 de abril
Las cosas que he perdido. Todo el día con la obsesión de hallar en la biblioteca un libro que no consigo encontrar y del que ignoro su paradero. Me aturde y arrastra una sensación de pérdida infinita, como cuando se olvida una palabra o un nombre que no acertamos a recordar y a decir. Ignoro si estará, por error, en algún otro anaquel distinto al suyo, o lo habré prestado o se habrá quedado en algún otro lugar. En cualquier caso, parece que hubiera desaparecido, lo mismo que si se lo hubiese tragado la tierra. Cuántas veces la pérdida de un objeto -o de una palabra cualquiera- nos provoca esa sensación de zozobra próxima al desasosiego. Algo similar a un nudo en el estómago o a un agujero negro que perfora la zona de nuestra mente en la que se alojan las certezas (si es que esa zona existe; si es que certezas como tales puede haberlas) y nos quedamos sentados mirando hacia un punto fijo, indefinido, sin orden ni concierto.
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