(sobre el 30 de noviembre)
Repaso ahora algunas palabras que había anotado en una pequeña libreta. Allí, ciertamente, introduje la palabra "balsa", la palabra "pitón", la palabra "maleza", la palabra "mentecatos", la palabra "ventolera". Ignoro; quiero decir, no sé con exactitud, por qué razón escogí éstas y no otras, pero la ilusión de combinarlas aleatoriamente me devuelve no sé qué impulsos y argumentos antiguos sobre el porqué de la lenguaje y sobre su manera caprichosa de convocar sobre la página aún no escrita términos y conceptos que no habíamos barajado en un primer momento. De repente, a poco que dejas libre la intuición del gesto, surge sobre el papel una constelación de palabras que son imágenes que son planetas que son centellas. En su ensayo, "La votonté de l'impossible", aparecido en la revista Vrille (1945), Georges Batille subraya: "La poésie n'est qu'un détour: j'échappe par elle au monde du discurs, c'est-à-dire au monde naturel (des objets); j'entre par elle en une sorte de tombe où de la mort du monde logique naît l'infinité des possibles".
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