miércoles, 1 de julio de 2009

Elogio de la locura


Alguien, alguna voz conocida, familiar, me ha llamado “lunático”, cariñosamente. Miro al cielo nocturno desde mi escritorio y caigo en la cuenta de que la luna nos ofrece una noche estupenda, iluminada y redonda. Entiendo, entonces, que el adjetivo sólo quería ser amable; esto es, aludir, dulcemente, a esa condición nocturna del que sueña.

Es distinta la demencia a la locura. La demencia tiene de insano lo que la locura tiene de genial y locuaz.

La locura verbal: lo políglotamente correcto.

Lo convencional de la conversación: decir en el ascensor, alocadamente y con gesto de asombro: “ah… pero si parece que escampa”.

Bajo las escaleras como un loco, para ver lo que pasa en mi calle, como si lo anecdótico tuviese un aspecto sobrenatural esta mañana de jueves.

Briznas de hierba, filamentos de azafrán sobre mis párpados.

Quedarse hablando solo.

Decir, una y otra vez, hasta el agotamiento: "este mundo se ha vuelto loco".

La locura de los locos; la del cartero que sustrae besos de carmín de entre las cartas de amor y se los guarda en los bolsillos; la locura de las locomotoras a todo trapo por las jugueterías; la locura de la chica de las trenzas doradas, asomada a la ventana todas las tardes; la locura de los locos de remate; la locura del arte de los locos; la locura de un disparate compartido por todos y masticado por cada cual a solas. La locura de los guardabosques. La locura de los manicomios con puertas azules y la locura de los manicomios con ventanas verdes, esperanzadas; la locura del pisapapeles, agarrándolo todo, a todas horas; la locura de la calculadora automática que vomita números redondos sin descanso; la locura de la mano con pincel, empapelando de óleos paredes y cuartos. La locura de las erratas, deslizándose por aquí y por allá, entre mis escritos, como en una pista de patinaje. La locura de aficionarme, en estos días veraniegos, al agua de coco con limón, a las naranjas colgadas de celajes nocturnos, a los paseos a medianoche.

La locura de quien lee estas páginas.

1 comentario:

  1. El título de este texto esconde una fuerte resonancia clásica: la obra homónima de Erasmo de Rotterdam. Parece como si en él hubieras querido reflejar la locura de la vida cotidiana, que a veces discurre sin orden ni concierto.

    Un abrazo.

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