martes, 6 de octubre de 2009

Para leer Detrás de tu nombre (I)



Hace ya algo más de diez años aparecía en la colección El Resplandor un cuaderno de poemas y dibujos compuesto por el escritor Rafael José Díaz y el artista Jesús Hernández Verano. Si bien este trabajo à deux, Las cuerdas invisibles (1996), era la primera propuesta en formato libro para ambos autores -quienes desde años atrás venían ofreciendo sus creaciones en diversas revistas literarias y suplementos culturales de Canarias y la Península-, en él se advertía ya una muy específica elección estética, tanto poética como pictórica. Hablo de la configuración de un escenario artístico nutrido de unos mecanismos de expresión simbólicos, e inserto allí donde es posible franquear e invalidar otras propuestas sin duda muy novedosas, pero también menos exigentes. Esta elección, esta temprana apuesta por un discurso firme, personal y sin estridencias, será el que, en lo sucesivo, habrá de consolidarse en el itinerario artístico de ambos autores: el uno, en la escritura; en el dibujo, la pintura o la fotografía, el otro.
En el caso de Rafael José Díaz (Tenerife, 1971) el desarrollo de esa elección poética no puede abordarse aisladamente; quiero decir, no es un estigma exclusivo de su poesía. Esa –digámoslo así– adelgazamiento y contención expresiva, emotiva, lingüística y formal, constituye un compromiso mucho más amplio, y que afecta por igual a sus diarios, sus tentativas ensayísticas –publicadas fundamentalmente en la prensa periódica y en revistas de arte, literatura y pensamiento– y sus traducciones. Y es que no nos cabe la menor duda de que todas estas vías de expresión literaria –poesía, ensayo o traducción– conforman para su creador un cuerpo único e indivisible cuyo principio fulgente, la palabra, ha de entenderse siempre como una forma de “abrir escalas en lo real”, de dar voz al vértigo de toda existencia, a aquel –para decirlo en palanras de Paz– “olvidado asombro de estar vivos”.
Detrás de tu nombre está compuesto por un conjunto de textos tempranos, escritos entre 1991 y 1994, y sólo ahora reunidos en forma de libro, con el que su autor ha obtenido el Premio Pedro García Cabrera 2007 (CajaCanarias, 2007). De la lectura detenida de los seis tiempos o secciones que dan forma a este libro de juventud podemos concluir que, en lo fundamental, el vértice desde el que trabaja Rafael José Díaz no ha cambiado sustancialmnte desde sus incios. Se diría, más bien, de una actividad literaria que se ha ido gestando en círculos concéntricos y en la que cada libro de poemas ha ido sumándose al siguiente fruto de una lenta aunque progresiva evolución y de un cuidadoso perfeccionamiento, creando, al fin, un corpus textual amplio y exigente. Así, tras Las cuerdas invisibles, en 1997 llegaría El canto en el umbral (Calambur, Madrid), y en 2000 Llamada en la primera nieve (Ediciones La Palma). Los párpados cautivos –libro en el que, a nuestro parecer, se encuentran parte de sus mejores poemas– obtendría el Premio Tomás Morales y vería la luz en las publicaciones del Cabildo Insular de Gran Canaria en 2003. Y con Moradas del insomne nuestro poeta inauguraba los “cuadernos del Sinsonte” (La Garúa) en 2005 (cuaderno de poemas que, por cierto, tuvimos el privilegio de presentar en el Ateneo de La Laguna, junto a su autor, en 2006). Y no olvidemos Antes del eclipse (2003 - 2005), publicado en 2007 por Pre-textos. Pero otros tantos títulos han precedido a la publicación de estos nuevos textos de Detrás de tu nombre. Así sus colaboraciones con los artistas Vicente Rojo y Gonzalo González, en Azotea-Requiem (2001) y Jardín del Horizonte (2004), respectivamente. Y entre tanto tendríamos noticia de su labor de traductor con la aparición de A la luz del invierno (1997), A través de un vergel (2003), Cuaderno de verdor (2003), La oscuridad (2005) de Philippe Jaccottet; Requiem (2004) y Para un cosechador (2005), de Gustave Roud; Bajo la montaña (2004), de Jacques Ancet; o el conocido El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer, entre otros textos. Finalmente, La otra tierra; Las laderas del rostro; y La nieve, los sepulcros –sus cuadernos de diario– serían dados a conocer a partir de 2002.
Si hacemos nuestra aquella consideración según la cual el poeta está abocado a escribir aquello que sólo él puede escribir, esto es, a disciplinarse para encontrar y pulir el tono exacto de una voz que sólo a él le ha sido dada, diremos entonces que los libros publicados por Rafael José Díaz dibujan una voz claramente reconocible que, meritoriamente, se encuentra ya incorporada al escenario de la mejor poesía hispánica contemporánea. Y no es, esto, un comentario complaciente, ni una alegre y graciosa afirmación. Quien se acerque a las páginas escritas en estos últimos diez años por Rafael José Díaz encontrará el fruto de una lírica que ha sabido asimilar lo mejor de la tradición literaria europea –especialmente del idealismo o simbolismo de raíces germánicas, así como de la alta conciencia del lenguaje del formalismo barroco–, pero sin dejar de beber, tampoco, de la poesía oriental y de la mística, que se suman a esa doble confluencia de imaginario simbólico y exigencia formal de su escritura.
Detrás de tu nombre ha escogido el camino de la sencillez verbal, conducida mediante una sintaxis diáfana, sin sobresaltos ni cabriolas desmedidas, así como con un vocabulario concientemente escogido. La progresión poética se realiza más en espiral que en línea recta, y la sensación envolvente de la lectura está propiciada por el ritmo regular, pausado e interior de la escritura, por el tono decididamente reiterativo de esta salmodia de palabras que se vale de los recursos expresivos de la mística, sin dejar de lado una emotividad y efusión sentimental que, sin embargo, no deriva en la simple complacencia. No en vano, el libro abre sus páginas con unos fragmentos que recuerdan a los versos de Juan de la Cruz: “dónde se guarda la palabra que puede hacerte venir. quién la custodia. cuándo habría yo de pronunciarla. en qué silencios. con qué voz (…)”. Como dijera Juan Ramón Jiménez “el poeta es un místico sin Dios necesario”, pues tanto uno como otro se enfrentan a la compleja tarea de traducir en palabras una experiencia intraducible. Ahora bien, intraducible o indecible no significa aquí lo “trascendente” o "religioso" en su sentido más literal; en el caso que nos ocupa –en la poesía de Rafael José Díaz–, lo vivido, la existencia misma, cobra visos de superar y cuestionar los límites del lenguaje, mostrando su lado más religante, más espiritual. En efecto, la encrucijada del límite, la compleja tarea de dar voz a la extrañeza de la vida, es lo que lo impulsa al poeta a hablar: “En el agua, lugar de transparencia, / hundo las manos, las palabras / nacidas de mi carne. Sé que son / signo de lo que no puede saberse”. Pero el lenguaje de la poesía está lleno de fisuras, de grietas o espacios en blanco por encima y por debajo del pentagrama, de silencios desprendidos, de eliminaciones y elipsis, en fin, de todo lo que no se dice; la poesía de Detrás de tu nombre -como toda la poesía escrita por Rafael José Díaz- pone en evidencia ese abismo infranqueable que convierte el ejercicio de la escritura en un vértigo extremo: el “borde de la ausencia donde nada se oye” y en el que se contempla, frente a frente, la desolación de un inquietante no-saber.

hay una herida inscrita en la voz que sopla entre estas letras. una herida escrita sobre la piel de una voz inaudible. con qué agua borraré toda esta sangre. ni el agua de tu rostro, ni el agua de tu cuerpo, ni el agua de tu resplandor. dame sólo el agua de tu nombre desierto.

Pero el poeta no quiere renunciar al misterio del conocimiento, ni a lo que se esconde a los ojos, ni al destello luminoso que, sin verlo presentimos, y sin tenerlo ansiamos. La poesía de Rafael José Díaz pretende hacer sensible una experiencia sobre algo que no se conoce, sobre una realidad que creemos invisible porque se mantiene al otro costado; de ahí su obsesión por la experiencia del límite, por los excesos como el deseo o la muerte, no sólo porque constituyan ámbitos difíciles o imposibles de nombrar, sino porque en ellos se concentra buena parte del enigma de la existencia.

El cuerpo amado ha de permanecer fuera de nuestra vista. Orfeo debía imaginar a Eurídice, construir una imagen capaz de engendrar el canto. ¿Qué lo llevó a volverse? ¿Qué vacío, qué resplandor, qué espacio desierto vio detrás del cuerpo imaginado? En los bordes del canto aparece la muerte.

2 comentarios:

  1. los poetas... ¿son seres desdichados o ángeles felices y tiernos?

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  2. Yo creo que, como decía Supervielle, los poetas son personas como cualesquiera otras, sólo que sueñan la realidad mientras la perciben y no tienen otra manera de curarse de la enfermedad de la vida que no sea transformando sus sueños y sus monstruos en palabras. Isidro, mil gracias por el comentario que le dedicas a mi libro y un fuerte abrazo para ti y los tuyos.

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