martes, 13 de octubre de 2009

Para leer Detrás de tu nombre (y II)


Si hubiese que hacer un resumen de lo que el lector encontrará en Detrás de tu nombre; si, preguntados, tuviésemos que esbozar en unas pocas palabras el sentido de esta poesía, hablaríamos, sin dudarlo, del conocimiento del mundo a través del amor; o del amor como única fuente de reconocimiento del mundo, pues para el poeta es la cumbre donde pasado, presente y futuro se reúnen en un solo punto; el deseo y la muerte, lo vivo y lo inerte se reconcilian. La poesía que se nutre de esta fuente se adentra en el espacio de lo imaginable sin límites, y el amor –ese tiempo ilimitado– se transforma en una azotea “suspendida entre la tierra y el cielo” en la que no hay muros ni barandas, “sólo un sueño que une los espacios”. Entiéndase aquí la palabra amor en un sentido amplio, esto es, como el delicado pero inquebrantable tejido que tiende sus lianas invisibles entre el poeta y la realidad, como la empatía que acorta las distancias entre el ser y su entorno ayudándole a comprender, pero también como el único refugio que nos devuelve al instante de la comunicación con lo eterno: ¿La luz que yace aquí, en este poema, / ilumina tu cuerpo ausente o es la luz / que brota de tu cuerpo ausente / la que ilumina este poema en que tú yaces?
La poesía de Rafael José Díaz está atravesada, de principio a fin, por esta condición, esto es, por la sed insaciable de descubrirse en el otro, de mirarse continuamente en la fuente de los ojos deseados. Este deseo, que tiene no poco de agónico, lo conduce a la búsqueda constante de un rostro, unas manos, o una voz con la que entenderse, porque sólo ese encuentro amoroso dota al ser de plena existencia, y puede salvarlo del laberinto de dudas que lo ciega. No en vano, en una de sus notas de diario recogida en La otra tierra, el poeta reescribe la definición de Fichte para el concepto amor-por-esencia-imposible: “el deseo de algo enteramente desconocido que se revela únicamente por una necesidad, por un malestar, por un vacío, en busca de algo que lo colme, pero que ignora de dónde puede venir...”. Por tanto, ¿esa emoción no viene a ser similar a la experiencia del conocimiento, dado que colma la sed y reaviva el espíritu? ¿No son, el amor y el conocimiento, una misma cosa? Pero también en la escritura de Rafael José Díaz el amor aporta, a quien lo da o a quien lo recibe, una plenitud, emanada directamente –al estilo de la tradición platónica petrarquista– de la mirada del amante. Todo el universo nace, cobra forma y ordenación, a partir de unos ojos que nos miran. Así, por ejemplo, en el poema, “Almendra”, del libro Moradas del insomne:

ALMENDRA

La noche no ha caído
aún sobre los cuerpos.

Cómo podría el viento
atravesar los rostros

si los labios insisten
en unirse a los labios.

No hay palabras, ni aliento,
sino el viento que gime

por sembrar en la luz
su semilla, su sombra.

No te gires, no mires
ese bosque de almendros:

las flores aún no pueblan
sus ramajes sedientos.

Nace el sueño en las bocas
que se funden dormidas.

La noche aún no nos hunde
en su oscura morada.

Más allá de este instante
aletea otro instante.

En la almendra que muerdes
duerme, ignorado, el tiempo.

(Caldera de los Marteles)

Todo el trabajo poético de Rafael José Díaz ha consistido en un lento proceso de reconstrucción para recuperar una imagen –perdida, olvidada o silenciada– del amor. No olvidemos que todo ello permite al autor escribir una poesía libre, bien afianzado en su tradición y, a la vez, en renovación constante. En esta infatigable tarea, recomenzada una y otra vez hasta el cansancio, puede resumirse su quehacer poético. Y no es poca esta labor a la que se encomienda, pues no resulta fácil aportar originalidad a un motivo sobre el que se ha dicho tanto.
No quisiera acabr estas notas sin señalar que para nuestro autor escribir supone, además, indagar sobre el proceso mismo de la creación poética, y que esta ultraconciencia artística también la ha volcado sobre la actividad pictórica. En efecto, son numerosas sus composiciones, sus notas aforísticas o sus reseñas dedicadas a pintores, porque es muy probable que el autor encuentre en el pintor la misma naturaleza visionaria del poeta. Así, en 1993 señalaba lo siguiente: “Creo que hay en el trabajo poético aspectos que están más allá de la conciencia, y que por lo tanto escapan a cualquier intento de explicación (...): aspectos irracionales, oníricos, visionarios, o tal vez, si se prefiere, simplemente enigmáticos, que permiten pensar que del mismo modo que el autor conduce su obra, ésta lo conduce a él”.
Desde sus comienzos, Rafael José Díaz ha hecho gala de una profunda fe en el ejercicio de la creación literaria o artística, entendida ésta tanto como forma de conocimiento tanto como compromiso vital libremente asumido o proyecto literario que merece difundirse y entregarse a los demás con total entusiasmo. Con todo, su escritura trabaja con paciencia, de modo que estamos convencidos de que estos poemas de Detrás de tu nombre serán, en poco tiempo, el fragmento, la pequeña semilla, de un libro futuro.

[Fotogradía de Jaime Bravo. De izquierda a derecha, Olvido García Valdés, Elsa López y Rafael José Díaz.]

3 comentarios:

  1. ...estaré detrás de tu nombre el viernes 23 de octubre a las 20.30...

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  2. Pues nos vemos allí. Yo también estaré, si Dios quiere. Y si regalan gin tonics en la presentación del libro, pues mejor...

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  3. No sé si regalarán gin tonics, libros o caramelos, pero sin duda creo que merece la pena ir, así que allí nos vemos...

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