sábado, 22 de enero de 2011

Esa manía de cerrar los ojos cuando escuchamos el click de una máquina fotográfica, en el momento mismo en el que el objetivo intenta capturarnos para siempre en su retina.

Ver para creer y creer para poder ver.

Mira esos objetos que te rodean, en la casa. Como si se tratase de cuerpos dormidos o en extraño trance. Los objetos reposan en quietud, como esfinges acaso vigilantes. Algunos parecen anhelar la complacencia de unos ojos que los miren permanentemente, pues han sido llamados a la escena sólo para ser vistos, para ser contemplados y admirados, para ser tocados. Otros prefieren la quietud anónima del hogar o la sombra.

Vistas así las cosas, todo cambia.

Contemplar una puesta de sol en una fotografía o en una pintura. Sentir la herida de esa contemplación, como si se estuviera dentro de la imagen misma o se formara parte de ella; como si asistiésemos a un mismo presentimiento de la oscuridad venidera.

Entenderlo todo a través de la mirada y hasta donde la mirada alcanza es también todo un acto de fe.

Pasen y vean. Pasen. Vean y pasen.

¡A la piltra, atajo de visionarios!

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