domingo, 1 de mayo de 2011

La mala andanza, mis botas.




Tienen esa pequeña cosa que fascina, mis botas. Quietas, intactas, recién llegadas de todos los frentes, mis botas reclaman su lugar entre las cosas.


Míralas ahí sobre la tierra, sobre la hierba flexible y húmeda. Contémplalas también sobre el asfalto. Y míralas sobre las escaleras, imitando una conocida fotografía del surrealista belga Marcel Mariën.


A veces parecen mirarme, mis botas, como reclamando esa estocada final que las redima del peso de mis pies, de la losa de mis talones sobre la plantilla de su existencia.



Hay días en que, al contemplarlas a solas, intactas y sombrías sobre la repisa o escondidas en el interior de la zapatera, tengo la sensación de que tampoco a mí me pertenecen, mis botas. A ellas les gusta simular una otra vida, acaso independiente y propia, acaso ajena por completo a mis pies.


Míralas ahí, tiradas en cualqier rincón de la casa, ocupando cualquier resquicio libre con el pretexto de quedarse quietas por un momento, jugando a parecer inertes, como en una naturaleza muerta ejemplar y ejemplarizante.


Ellas nos recuerdan las calles por las que alguna vez pasamos, pero también, sobre sus cordones y empeines, muestran las llagas que dejaron los otros caminos, las cicatrices de las rutas que jamás transitaron.


Mis botas mordiendo el polvo, desahuciadas y tristes como un juguete roto o como un cristo en la cruz.





A ellas les debo el buen andar de mis rodeos nocturnos, el caminar rutinario de mis bienaventuranzas.


A veces siento, a cada paso, su lamento por todos aquellos lugares que jamás frecuentaron, por los paisajes que jamás otearon desde la atalaya de su frente de cuero y betún, desde la altura de su talón sin cámara de aire, desde las cavidades de su suela sin almohadilla de poliuretano y sin membrana impermeable. Y a veces también escucho el taconeo de su mala andanza por páginas nunca leídas, por cuartillas jamás escritas a lomos de su grupa.


Suelo y cabeza sobre los hombros, vértebra medular de mi esqueleto, a mis botas les debo la maravillosa pirueta del equilibrio. Tambien mis pasos de baile más insospechados. Ellas son botas arquetípicas y aereodinámicas, el eje longitudinal que sostinene el principio de todo movimiento.


Sí, tienen esa pequeña cosa que fascina, mis botas, en sus paseos futuros al sol bajo el cielo de ciudades que ignoro.




[La última imagen es obra de Marcel mariën, "L'esprit de l'escalier", ca. 1952.]

3 comentarios:

  1. Son ellas, tus botas, quienes susurran las confidencias de tus pasos para que tú nos las devuelvas en forma de palabras. ¿No es como un intercambio impalpable, "un échange délicat", como diría no sé quién (¿o me lo he inventado?)? Por cierto, la escalera de la última foto me recuerda la de la película "Psicosis". La foto es de 1952 y la peli de 1960. ¿Será otro "échange délicat"? Un saludo.

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  2. Yo también tengo unas botas parecidas a esas pero nunca se me hubiese ocurrido mimarlas de esa manera como tú lo haces. Y no dejes de llevarlas al zapatero, por favofr, hasta que revienteen...

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