martes, 23 de agosto de 2011



Tarde de martes








Tarde de martes, sin pena ni gloria, frente a la pantalla del ordenador. Y el silencio del pasillo de las oficinas, en el museo, a medio camino entre la ligereza del cristal y la dureza del hormigón; el silencio sólo interrrumpido por el tránsito repentino de algún que otro guardia de seguridad que hace la ronda. Pasan y dejan ver que pasan; se dejan ver, se diría, quizás para que no los eches en falta en la duración de esta tarde de martes, en pleno agosto. Tras los pequeños rectángulos de cristal que perforan los muros del edificio, puedo ver las hojas puntiagudas de unas palmeras que el aire balancea ligeramente, como si se tratara de la secuencia de una escena que acontece en otra parte ajena por completo a ti. Y a un lado y al otro de la mesa, lápices de colores, varios papeles con números de teléfonos anotados en los márgenes, un pequeño almanaque con la publicidad de la pirotecnia San Miguel, varios libros amontonados, más libros que esperan recuperar su hueco entre los anaqueles, alguna que otra caja con folletos dentro, una agenda, varios estuches de CD, un viejo gramófono portátil que funciona malamente, un diccionario que nadie consulta, un bote de miel a media asta, más libros... y otras cosas que me acompañan en esta hora en la que ya casi cae la noche.



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