sábado, 20 de agosto de 2011

La ausencia de dios




Leo en algún periódico de la prensa nacional que "más de ochocientos ochenta peregrinos tuvieron que ser atendidos por los servicios médicos" a causa de lipotimias y mareos, durante uno de los discursos del Papa en su viaje a Madrid. ¡Vaya por dios! Habría que reflexionar sobre la retórica de este tipo de manifestaciones multitudinarias, sobre la tramoya del espectáculo neobarroco que la Iglesia ha montado en plena capital de un país que en 1978 se eligió "aconfesional" o "laico", y en el que, ya en pleno siglo XXI este tipo de autos para la fe parece cosa de otros tiempos. Los que han acudido a esta bendición representan sólo una una pequeña parte del censo de "jóvenes" de nuestro país, aunque el seguimiento realizado por los medios y el tratamiento de la noticia sea, en ocasiones, tan desproporcionada que alguien podría pensar que los adolescentes de todo el país han acudido en tropel a santificarse y redimir sus pecados, los antiguos y los nuevos; algunos nuevos habrá -o estarán en fase de admisión- con la llegada de la era digital.

Desde luego, si el bueno de Jesucristo levantara la cabeza, seguramente sí que sufriría una lipotimia -y algún que otro mareo-, al comprobar semejante tergiversación de su legado de caridad, modestia y pobreza. Y es que, no hay sino que hojear la prensa o echar una simple ojeada a los acontecimientos de estos días para caer en la cuenta de que la ostentación y la pompa han marcado, en este caso, la diferencia. Y así, el lujo y la vanidad extrema de la Iglesia, como su pretensión de marcar los pasos por los que ha de seguir la vida pública -y hasta la más íntima y privada- de todos, contrasta con el sentido de las palabras y con el mensaje de caridad que pretende difundir y hacer llegar a las personas allí reunidas.

Por eso, mientras algunos leen con atención y a pie juntillas las cartillas aleccionadoras del amor cristiano, yo prefiero releer, una vez más, la décimotercera poesía vertical del argentino Roberto Juarroz:



La ausencia de dios me fortifica.

Puedo invocar mejor su ausencia

que si invocara su presencia.



El silencio de dios

me deja hablar.

Sin su mudez

yo no hubiese aprendido a decir nada.



Así en cambio

pongo cada palabra

en un punto del silencio de dios,

en un fragmento de su ausencia.



[Roberto Juarroz, Décimotercera poesía vertical, Pre-textos/Poesía, Valencia, 1994, pág. 37]

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