domingo, 3 de febrero de 2013


Pepa en su sala de máquinas




En el número 7 de la calle El juego, en La Laguna (Tenerife) se encuentra la Sala de Máquinas. Es un espacio pequeño, pero suficiente para encontrar en él desde una aguja a un elefante. Allí el objeto que buscamos, la novela que siempre quisimos leer y que aún no hemos comprado, la delicada miniatura que alguna vez soñamos tener sobre los anaqueles de la biblioteca; el objeto de utilidad desconocida; el fetiche reconfortante, ese que nos redime del lamentable sopor de los domingos por la tarde o que colma algún deseo insatisfecho. Acaso el juguete que añoramos cuando niños, la diminuta cajita que por alguna razón desconocida se coloca frente a nuestros ojos como por arte de magia.


Un montón de cosas. 


Pepa manejando el timón en su sala de máquinas, entre libros y reliquias, en su apogeo. Entre objetos raros y extraños artilugios de funcionamiento simbólico. Es la utilidad de lo inútil: objetos poéticos que escapan a la cárcel de su función cotidiana, ahora con la misión de embellecer el alma de quien los adquiere. Sí, objetos que son auténticos poemas visuales; artefactos poéticos sólo para entendidos en cuestiones del corazón.




Siempre hay un objeto que nos aguarda en la esquina de la Sala de Máquinas; un objeto diminuto y olvidado, una miniatura que requiere de unos ojos que la miren o de unas manos suavemente  acariciadoras. Un galán de noche donde colgar los ropajes del alma. Un libro o cuaderno olvidado y, sin embargo, demasiado importante como para dejarlo caer en las silenciosas manos del olvido. El barquito de juguete; la mascota de peluche o porcelana; la jaula con campanilla; una naturaleza muerta; las fotografías y postales antiguas; el cuaderno de anotar la lista de la compra; el tamborcillo. Y también el objeto que no volveremos a ver, ese que sigue su destino de cosa que pasa inexorablemente, adquirida por un desconocido en el último momento, y que nos deja un vacío imposible de llenar.


Todo lo que buscamos: lo mismo grande que pequeño.


Pepa en su casa y ella en la de todos. Sus libros usados esperan completar, algún día, los anaqueles a medio vestir de las bibliotecas más selectas.




Desde la calle contemplamos a Pepa en su sala de máquinas, silenciosamente entusiasta, entretenida con el trajín de los papelones, distraída en la colocación de los últimos títulos de libros viejos, charlando, manejando el timón de su sala de máquinas.

[http://librosalademaquinas.blogspot.com.es]

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