miércoles, 27 de agosto de 2014

 Los invernaderos


Tienen algo los invernaderos abandonados, siempre al sur de cualquier cosa; un olor a tiempo ido por entre las rendijas de los muros y las rasgaduras de los techos, tal vez agazapado en el interior de los macetones que se acumulan unos sobre otros formando columnas infinitas.

Algo fantasmal en los invernaderos abandonados, como jaulas inmensas hechas con plásticos rotos, rasgados por la furia de los vientos.

Jugar a los dados en los invernaderos ("invernáculos" los llamaría nuestro divino Cairasco) o contemplar el vuelo sigiloso de libélulas en fuga. Se respira en el ambiente un silencio respetuoso de ceremonia sin causa,  una mala brisa como de rimas inacabadas, entre las malas hierbas que se abren paso por aquí y por allá, acampando a sus anchas donde mejor convenga.






2 comentarios:

  1. Un saludo, Sergio. Gracias por tu comentario. Ya casi me había acostumbrado al silencio, absolutamente.

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