lunes, 25 de agosto de 2014




25 de agosto
Un día me hablaste de la utilidad de lo inútil, y me confiaste tu propósito de estudiar una lengua muerta o casi muerta (creo que te referías a eso que llaman una lengua minoritaria, aunque no quise preguntar porque éste es un término ofensivo para algunos), pues al fin y al cabo, decías, todos íbamos a morir y ésta era una buena metáfora del final. No sé muy bien en qué pesabas cuando decías esto, pero siempre me ha parecido una idea brillante o, al menos, ingeniosa. Estudiar una lengua que sólo puedas compartir con los supervivientes de alguna hecatombe o con los náufragos de alguna gran guerra. Algo así como escribir un poema para nadie, sólo por el placer o la necesidad de escribirlo; incomprensible e incomprendido por todos, útil, al fin y al cabo, en su absoluta inutilidad.




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