sábado, 23 de agosto de 2014



sábado, 23 de agosto
Esta estupidez de llevar un diario o una libreta en los bolsillos, en estos tiempos en los que no se llevan libretas ni diarios. De hecho, no hay nada más insulso y baladí como un cuaderno asomando por el bolsillo del pantalón o la chaqueta, a la manera de un extraño artefacto, o como si en verdad se tratase de un viejo reloj de bolsillo. Algo así como llevar un caparazón a cuestas en donde esconderse o sumergirse, y hablar a solas. Y lo más difícil de todo, sin duda, apurar hasta la última hoja del cuaderno. Esto, en mi caso, parece un imposible; normalmente se empieza un cuaderno y se prosigue en otro -aún sin acabar- como quien va saltando entre las piedras para cruzar un riachuelo, solo que aquí no se llega a ninguna parte. Sí, continúas escribiendo en una libreta antes de haber acabado con la anterior, antes de haber garabateado en todas y cada una de sus hojas en blanco. Es, ésta, una extraña costumbre, pues a veces tampoco sabemos muy bien cuál es la libreta que prosigue a la anterior (una y otra carecen de numeración alguna y hay que hacer ejercicio de memoria para saltar de una otra), aunque normalmente siempre hay algún rastro como de baba de caracol en esta rara costumbre. Y qué decir de esas otras veces en las que la escritura acaba por abrirse cada vez más hasta alcanzar la forma de un garabato incomprensible e interminable a lo largo de varias páginas del cuaderno; formas abstractas, inimitables e irrepetibles, guiadas, tal vez, por el capricho del azar.



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