martes, 25 de abril de 2017


  El placer por el vértigo



     
     Montañas de fuego, inusitados malpaíses, corrientes magmáticas, escenarios que nos remiten a catástrofes geológicas y desgarros de la corteza terrestre. Violentas fisuras, escabrosas crestas y arrecifes de basalto, abismos en permanente conflicto y movimiento. La pintura de Ildefonso Aguilar se recrea en una imagen posible de la materia original o de un tiempo anterior a todo tiempo. Los relieves minerales invocados por su pintura de forma obsesiva, hasta el agotamiento, intentan regresar al instante de la creación del mundo: un escenario primigenio y balbuciente, desolador y original a la vez, a imagen y semejanza de aquellos territorios volcánicos de Canarias o Islandia donde el artista ha establecido su lugar de trabajo y con los que su pintura establece un diálogo constante.

     Hay algo en su obra que nos inquieta sobremanera: la extrañeza de sabernos espectadores de una pintura que muestra ante nuestros ojos una situación límite. Una imagen poderosamente terrible y hermosa a la vez, como la mirada que se asoma al vacío desde la cima del abismo y escucha desde lo alto el percutir de una piedra lanzada al fondo. Un sentimiento de caída apabullante que es, a un tiempo, sublime, como el espectáculo de la propia Naturaleza en sus formas más escuetas y primitivas. Una pintura, sí, que es imagen y sonido; sensación de espacio infinito, vértigo, soledad y pensamiento.  

     El pintor se ha detenido en la elaboración de una pintura que tiene tanto de intuitiva y gestual, como de premeditación y cálculo en la elección de las arenas y sedimentos que utiliza para la consecución de estas imágenes. Además, su obra plantea una disolución de géneros que resulta de la suma de lenguajes, pues se nutre tanto de la imagen fotográfica como de la pintura y la técnica mixta, así como de la imagen en movimiento, el sonido y la videografía, quizás en la tentativa de hallar un modo de expresión cercano a la experiencia integradora de la Naturaleza. Ildefonso Aguilar siempre ha sido un artista en los márgenes, y su pintura ha aprendido a huir de los lenguajes unívocos, para centrarse en la elaboración de una obra integradora, unitaria, que mana del vértigo de sus paisajes sonoros.



[A propósito de la exposición "El paisaje sonoro" - TEA Tenerife Espacio de las Artes, 24 de marzo - 5 de junio 2017]

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