martes, 28 de agosto de 2018


Travesía por el Malpaís de Guímar






Sé que vendrás al sur a conocer lugares ignorados; montañas que has visto cien veces y que, sin embargo, no conoces. Entre las piedras escarpadas del malpaís han brotado tabaibas y cardones, aferrados a la tierra quemada como un núcleo, al basalto de hierro que brilla cuando el sol cae en picado, cenital sobre sus tallos, jugando entre las piedras y el mar al escondite de los mil espejos. Las aguas han arrastrado hasta la orilla trozos de juguetes rotos; restos de diminutas manivelas y cuerdas de pescadores. Hay también algunas cañas o lo que queda de ellas, y algunos botellines de plástico descoloridos. Hay un brazo de muñeca y una rueda de juguete; un trozo de trapo rasgado junto a una pequeña caracola; unas tablillas sin leyes y varios objetos arrastrados por la corriente. Percibes los cientos de ojos que te miran en todas direcciones desde las morras del Corcho. El pájaro caminero escondido entre cerrillos y matorrales, diminuto y ajeno a tus cavilaciones. El reptil, quieto sobre las piedras, confiado al silencio de la brisa marina sobre su diminuta cabeza. El búho chico que habrá de observarte, cuando caiga la luz, desde su rama invisible. El caminante aquel que divisaste a los lejos. La barca de pescadores. No existe dimensión ni medida para esta luz que baña sin remedio toda cosa. Cualquier senda invita a perderse. Quién podría decir que conoce, en verdad, este territorio de piedras y cielos amplísimos; la punta de este horizonte.








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