jueves, 7 de febrero de 2019

Mi vida con Max Beckmann


[Mathilde Beckmann, Mi vida con Max Beckmann1925-1950, La Micro ediciones, traducción deVirginia Maza, Madrid, 2018. ]




«Mi objetivo -apuntaba Max Beckmann (Leipzig, 1884 - Nueva York, 1950) en sus anotaciones y cuadernos de trabajo; esto es, en sus Escritos, diarios y discursos- siempre es captar lo mágico de la realidad y trasladar esta a la pintura; hacer visible lo invisible a través de la realidad». Sin duda toda una declaración de intenciones y un sencillo decálogo para buena parte de la pintura moderna (y contemporánea), que incluso compromete a otras disciplinas con las que la pintura ha ido siempre de la mano, como es el caso de la poesía, pues ambas han aspirado a la tentativa de abrir escalas en lo real. Dicho de otro modo, hacer que surjan de una sola varilla, infinitas varillas (cito de memoria un poema de Aníbal Núñez). Tengo la sensación de que Max Beckmann ha sido siempre uno de esos pintores sobre los que no se ha sabido demasiado, o tal vez no lo suficiente, acaso por la dificultad de ver reunida lo mejor de su pintura, o quizás por su cercanía a otros artistas de su generación que, como él, abrieron el camino de la nueva objetividad. 
Recientemente hemos podido ver una buena parte de sus pinturas en la exposición que el pasado otoño le dedicaba el museo Thyssen en Madrid, comisariada por Tomàs Llorens, y en la que se reunían más de medio centenar de obras del pintor, desde su primera época en la Alemania de entreguerras -la etapa más rotunda y de un mayor acierto pictórico-, hasta su exilio con la llegada al poder del fascismo y la declaración como "arte degenerado" -un 18 de julio de 1937- de buena parte de la creación artística del momento. Un segundo conjunto de obras corresponderían a su periplo holandés y, finalmente, a su breve aventura estadounidense. El comisario de la muestra ha sabido estructurar este ciclo expositivo en cuatro momentos que se corresponden con cuatro metáforas del exilio; a saber, "Máscaras", "Babilonia eléctrica", "El largo adiós" y "El mar", que de forma sucesiva interpretan la trayectoria del pintor en su periplo entre Europa y América, y la extrañeza infinita de su identidad interrumpida. 
A esta muestra pictórica se suma la buena noticia de la publicación de las memorias de Mathilde Beckmann, Mi vida con Max Beckmann, quien desde la visión privilegiada que permite la proximidad, ofrece una mirada íntima y cercana del artista: no solo sus inclinaciones e ideas sobre el arte; sus pensamientos sobre la política o sobre la urbe del momento y, en fin, sus obsesiones, sino el perfil humano del pintor: «En los años que pasamos en Fráncfort, iba a veces a la estación central ya entrada la noche, para observar el ir y venir de la gente. Eso le servía para ver muchos "tipos" que luego utilizaba en sus cuadros. Le fascinaban los ríos de gente, sus voces y caprichos, los nervios del viaje, los altibajos que construyen  la vida, las alegrías y las penas, y todo eso espoleaba su fantasía».
El estilo de Mathilde es directo y lleno de alusiones nostálgicas. De alguna manera, parece un cuaderno escrito desde muy lejos en el tiempo. No un diario en el que se suceden discontinuamente  momentos y detalles que acaban de ser vividos; no fragmentos escritos desde la inmediatez y la cercanía de la experiencia, sino recuerdos llevados a la escritura con una visión retrospectiva que llama a las cosas por su nombre y medita sobre el sentido del diario acontecer. Se diría que Mathilde ejemplifica aquel pensamiento que explica que, sin distancia, no es posible poseer las cosas. Y solo ahora, a través de la evocación de la memoria y de la selección que le permite la materia del olvido alcanza a comprender el sentido de su vida junto a Max y construye su relato: «Antes de partir a Nueva York, Max tenía que hacer una "tarea": poner notas a sus alumnos. Era algo que no le gustaba, porque no creía que las capacidades artísticas pudieran valorarse de esa forma. Los alumnos nos prepararon una fiesta de despedida. La última noche, el señor y la señora Gaw nos invitaron también a cenar. La tarde del sábado del 19 de agosto subimos al tren que nos iba a llevar a Nueva York. Max recogió las impresiones del viaje en su diario: [...]». 
Max Beckmann falleció el 27 de diciembre de 1950 a causa de un infarto mientras se dirigía al Museo Metropolitano para asistir a l exposición American Painting Today (1950) en la que se había incluido su obra "Autorretrato con chaqueta azul". 



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