Formas de manejar

Sobre cómo se maneja y, especialmente, sobre cómo se debe manejar el volante, en verdad, nada se sabe. Uno se sienta en las escalinatas de la plaza de la Santa Croce o en cualquier otra plaza del mundo, y deja que la mirada se pierda entre la multitud viandante que viene y va de un lado para el otro. Y de repente observas, casi por el rabillo del ojo, cómo pasan, de cuando en cuando, paseantes sobre ruedas con elegancia inusitada. La espalda recta, como si se hubiesen tragado una espada; aferrados al manillar con gesto firme.

Manejar, conducir, gobernar, llevar el timón; lo mismo da, si lo que se tiene entre manos es el principio del equilibrio. Agarrar, como se dice, el sartén por el mango; el manillar; o el toro por los cuernos diestramente. Y sostener, igualmente, la cesta de la compra en la que llevas un manual de instrucciones para la vida moderna.

Parece claro que lo difícil, aquí, es mantener la rectitud del gesto. La mirada hacia delante, como perdida en no se sabe qué objetivo lejano, qué obstáculo imprevisto; qué mágico duendecillo aún por sortear; qué sorpresa inesperada o qué peligro al acecho. Permanecer aferrado al manillar con la gracia de un gesto atlético y una ingenua sonrisa.

Si se va sobre ruedas hay que estar preparado para lo que venga desde el otro lado. Nunca se sabe por dónde ni cómo va a aparecer la camioneta del cartero, el bólido correcaminos, el kiosquito de helados o el extinto vendedor de medialunas de coco. Todo es cuestión de probabilidades, de aciertos o desaciertos. La fortuna o el azar juega sus cartas de forma irremediable. Y esto es válido para cualquier medio de transporte más o menos al alcance de la mano. En fin; a la hora de manejar, manéjese como buenamente se pueda.
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