(12 de enero o 17)
Tarde o temprano debería reaparecer en algún lugar de los anaqueles el objeto que estabas buscando, y dudas de si ha permanecido allí todo este tiempo o si alguien lo ha cambiado de sitio. La última vez que lo viste estaba en las repisas más altas, junto a la cajita hasenkinder de conejo y la figura de la dama de Elche que trajiste de casa de la calle Gandhi. Lo cierto es que ahora lo estoy buscando y no consigo encontrarlo, y me demoro en pensar si es que, en verdad, fui yo quien lo movió de su sitio (o vete tú a saber, me digo; hay tantos objetos diseminados por cualquier esquina de la casa que no puedo tener memoria de todos y cada uno de ellos). Hay toda una retórica de la búsqueda del objeto; una letanía lenta en la repetición de los mismos gestos, del mismo deambular por los cuartos y por la biblioteca en busca de una señal, de una pista mínima que nos devuelva el sentido de su paradero. Es entonces cuando nos embarga la sensación de la falta; la pericia de saber que lo que buscas ha dejado su sitio entre las cosas y formula el acertijo de su escondite. Y esa extraña sensación de perder las llaves de un cuarto cerrado por dentro, y que aunque llegaras a encontrarlas, permanecerá cerrado.
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