28 o 29 o 30 de diciembre (y qué más da)
Retomo estas notas de diario que nunca he llegado a abandonar del todo (y mira que lo has intentado), porque me da por escribir cosas que no vienen a cuento; historias que a nadie podrían interesar, verdaderamente, ni siquiera a mí mismo, porque no son más que palabras agolpadas unas sobre otras sin sentido. Y porque muchas veces, al coger la pluma o el lápiz (o lo que tenga a la mano) siento más alta la vida que cualquier cosa que pudiese decir o escribir. Quizás sea el pulso de la escritura una suerte de tic-tac que nos apremia de forma irremediable, automáticamente, porque sólo lo que se escribe automáticamente posee el sentido de una revelación. Y he aquí que otra vez quiero cantarle a la mañana (alguien dijo hace poco –escuché decir a alguien– que esto ya no se lleva, pero a mí que más me da si nos gusta lo démodé), volver sobre la alegría de todos los naufragios; sobre la firmeza de saberme aquí y ahora, si es más grande el rayo de luz arrojado sobre mi cuaderno que cualquiera de las líneas que pudiera acertar a trazar sobre la página. Esta es la estupidez (y el sinsentido) de llevar un diario; pretender encerrar fragmentos de luz en la cuadratura de los márgenes del papel.
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