domingo, 24 de mayo de 2009

Si una de las conquistas del arte de nuestro tiempo es su capacidad autorreflexiva, su distanciarse de sí para tratar de decir-se, lo cierto es que todo ese posicionamiento crítico expresado mediante manifiestos y proclamas rara vez llega a ser algo más que una mera declaración de intenciones. Por eso, entiendo toda poética como una aproximación o un deseo que señala hacia dónde se dirige la escritura, y no tanto como una radical e inequívoca convicción. Y es que todo ejercicio creativo es una mera tentativa de lenguaje y, como tal, está hecha a base de pequeños logros, no pocas indecisiones y grandes fracasos.
Por lo que a mí respecta, la poética no preexiste a la poesía. En un momento concreto, nos urge reflexionar sobre aquello que hacemos o creemos hacer; pero estimo el territorio de la poesía indescriptible; habita una terra incognita. Por la poesía damos cuerpo a nuestro pensamiento, ponemos palabras a aquello que sólo a medias conocemos, a eso que ignoramos y que, sin embargo, a veces intuimos e incluso creemos rozar, ese algo que está siempre por nombrar o –por decirlo en con palabras más sencillas– que tenemos en la punta de la lengua. En esa inestable tensión entre decir y callar, entre saber e ignorar, se debate el poeta. De ahí que su voz no pueda transferirse a un lenguaje distinto al de la poesía.


Atribuyo a la poesía cierto sentido catárquico, pues comparte con las otras artes la capacidad sorprendente de liberar y dar forma a aquello que nos obsesiona, a esas ideas o sentimientos ontológicos que, contemplados afuera inciden en el adentro, y viceversa. ¿Cuántas veces nos vemos impelidos a poner una idea en palabras con el propósito de llegar a comprenderla? Así, mediante la escritura, resplandecen ciertos espacios de sombra inherentes a la condición humana y a su infranqueable abismo de dudas y preguntas.
Con todo, la poesía es fruto de un esfuerzo mayor que pasa por huir del concepto, de la rígida explicación tan ajena a sus intereses, de modo que tantea al margen de toda lógica, desobediente a cualquier prescripción formal. La poesía busca otra palabra que diga, al fin, ese estado de crisis permanente del ser o experiencia de desasosiego de la que todos somos partícipes. Por tanto, mi escritura siempre ha pretendido tender un puente necesario entre el arte y la vida, pues la una dice a la otra, y viceversa; mundos ajenos y, sin embargo, tan próximos.
El método de la poesía es, quizás, un juego enigmático: responder a una pregunta deja sin respuesta otra, que a su vez necesita de otra y otra para ser respondida, en un oscilar dialéctico e infinito. Por otra parte, este campo de múltiples carencias, hábitat natural de lo poético, es un territorio simbólico, en la medida en que no es enteramente explicable.

2 comentarios:

  1. No sé si la poesía es el lugar de lo enigmático, pero sé que suele producir cierto desasosiego no siempre innecesario.

    Leyéndote intuyo que para ti la poesía es al conocimiento ("sentimientos ontológicos" lo llamas) lo que el sufismo es al islam o la cábala al judaísmo.

    Espero que no decidas cerrar esta página, y poder seguir leyéndote y discutiendo por aquí.

    Un abrazo, y enhorabuena.

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  2. Hola. Llegué hasta aquí por el blog de Bruno M. Aunque sólo haya publicado hasta ahora dos entradas, quería decirle que me ha gustado mucho lo que he leído. Puede que sea ud. sólo un aprendiz, pero algunas de sus frases me han parecido reveladoras... Intentaré seguirle.

    Un saludo.

    D.

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