lunes, 25 de julio de 2011

Don Gregorio, de Teguise




Me dijeron que probablemente sólo lo encontraríamos a eso de las seis de la tarde, hora a la que acostumbra a regresar con sus cabras. Y allí estaba, sentado dentro de un cuarto semioscuro, a la sombra, con la radio encendida y los ojos puestos en alguna lejana parte del paisaje, mientras kíkeres saltones y gallinas comunes deambulaban a sus anchas junto al tomadero. Veníamos a por queso y queso hallamos. "El mejor de la comarca -me dijeron- es el que hace don Gregorio, el más auténtico". Así que pregunté a unos y a otros hasta que dimos con él. Hombre sencillo, don Gregorio, de sencillas costumbres, y de antiguas maneras. Hospitalario, de mirada cabizbaja y sombrero perpetuo. Bloques desnudos, sin enfoscar, y en desorden, daban un aspecto inacabado y descuidado a los cuartuchos en los que vive el viejo: una puerta verde y una suerte de jaula con celosías de color verde, alta, le servían para almacenar y airear los quesos, y compensaban la desolada visión de un paisaje sin árboles ni arbustos.
Todo un personaje, Don Gregorio de Teguise, sobre las calcinadas tierras de Lanzarote.

1 comentario:

  1. Hermoso apunte. Los hombres del campo como éste son los últimos de una larga estirpe de gentes ligadas a la tierra. Parecen haber sido forjados por el sol, por el viento, por la dureza de los caminos, como si formaran una unidad con el paisaje que los rodea.

    Saludos.

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