Don Gregorio, de Teguise
Me dijeron que probablemente sólo lo encontraríamos a eso de las seis de la tarde, hora a la que acostumbra a regresar con sus cabras. Y allí estaba, sentado dentro de un cuarto semioscuro, a la sombra, con la radio encendida y los ojos puestos en alguna lejana parte del paisaje, mientras kíkeres saltones y gallinas comunes deambulaban a sus anchas junto al tomadero. Veníamos a por queso y queso hallamos. "El mejor de la comarca -me dijeron- es el que hace don Gregorio, el más auténtico". Así que pregunté a unos y a otros hasta que dimos con él. Hombre sencillo, don Gregorio, de sencillas costumbres, y de antiguas maneras. Hospitalario, de mirada cabizbaja y sombrero perpetuo. Bloques desnudos, sin enfoscar, y en desorden, daban un aspecto inacabado y descuidado a los cuartuchos en los que vive el viejo: una puerta verde y una suerte de jaula con celosías de color verde, alta, le servían para almacenar y airear los quesos, y compensaban la desolada visión de un paisaje sin árboles ni arbustos.
Todo un personaje, Don Gregorio de Teguise, sobre las calcinadas tierras de Lanzarote.
Hermoso apunte. Los hombres del campo como éste son los últimos de una larga estirpe de gentes ligadas a la tierra. Parecen haber sido forjados por el sol, por el viento, por la dureza de los caminos, como si formaran una unidad con el paisaje que los rodea.
ResponderEliminarSaludos.