(30 de agosto, a destiempo)
De camino a la casa me tropiezo con algunas páginas reveladoras de Ticio Escobar, en su libro, memorable, Imagen e intemperie: "Recapitulando: el aura que sigue en vigor con fuerza es el de las mercancías y el espectáculo; ciertas obras se benefician con sus luces en cuanto objeto rentable (evaluado y exitoso internacionalmente e impactante en sus efectos) pero la grave aura propia del arte, la que lo nimba de fascinación y de enigma, la que desasosiega y exige reconocimiento; esa aura se ha amortiguado; convertida en pequeñas chispas de ingenio y sorpresa, en puntadas de inteligencia comedida y liviana. Basta visitar cualquier bienal contemporánea, muestra ejemplar de la producción actual del arte, para advertir la pérdida del lustre del Gran Arte. Entre las obras cercanas al show mediático y las anodinas propuestas ancladas en el oportunismo telemático, así como entre las basadas en la agudeza conceptual bien administrada y las sustentadas en la pura inventiva o los efectos tecnológicos, un tanto naifs casi siempre; entre entre todas esas obras "bienables" son muy pocas las que alcanzan la calidad formal y la densidad de contenidos que hasta más o menos cinco décadas las habrían hecho merecedoras del título de arte".
[Ticio Escobar, Imagen e intemperie. Las tribulaciones del arte en los tiempos del mercado total, Clave intelectual, Madrid, 2015]
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